Cuando se estrene 2004 (Tres retratos, tres paisajes y dos naturalezas muertas) se cumplirán tres años de mi última obra presentada en Madrid (120 pensamientos por minuto), siete de la última presentada en Pradillo (El rey de los animales es idiota) y veinte de la primera (Ciudad Irreal).
1. Recordáis esa eterna pregunta del arte ¿Para qué y para quiénes? Sigue sin una respuesta clara. Quizá el escepticismo y la ironía que suele dominar nuestro pensamiento impida la respuesta. Pero a mí me gusta una contestación: la posibilidad que tiene el arte de cambiar a las personas. Quizá ingenua, pero no por ello falsa.
Un ejemplo: De forma casual y para hacer tiempo, entro a pasear por una atiborrada exposición de pintura cubista. Ante un cuadro de Picasso, para mí desconocido y sin excesivo interés a primera vista, mis ojos se inundaron de lágrimas y me ataron inmóvil ante él. Ni podía irme, ni podía frenar el llanto que aumentaba e incluso comenzaba a llamar la atención del público. Nunca entendí los resortes de aquellas lágrimas, pero la emoción fue única y como tal puedo considerar que aquel cuadro cambio algo en mí.
2. Las imágenes se banalizan y la información se deteriora inevitablemente hacia una percepción escueta de la realidad. Manejamos información que paradójicamente nos aleja del conocimiento, de la misma forma que la acumulación de imágenes nos implica el espejismo de una vida en postales, lejos, muy lejos de la percepción fruto de la observación, de la relación entre observador y objeto observado, de la acumulación de experiencia en el transcurrir del tiempo en el hecho de la observación. Durante estos tres años de silencio público las libretas de notas y dibujos han aumentado en gran número. Y en ellas las reflexiones sobre esta cuestión.
3. Acumulo bolsitas de plástico cerradas. Guardo en ellas objetos recogidos fruto del azar. Sólo es el relato del tiempo transcurrido ante lo que se me antoja belleza.
4. Una sociedad que olvida su pasado es incapaz de construir un futuro sólido y una persona que olvida su pasado corre el riesgo del desmoronamiento psíquico. Lo público y lo privado, la historia y el presente. Nunca renunciaré a un arte político.
5. Pradillo que fue mi casa. Es un placer volver cuando ante el decaído y mercantilizado aire del teatro madrileño, Pradillo se renueva y con esa necesaria, y tantas veces olvidada en la práctica, vocación de ser miembro imprescindible de la polis: contribuir al debate y a la convivencia de la ciudad.
Carlos Marquerie, «Memoria del pasado y del futuro».