En poco tiempo Federico León se ha convertido en uno de los directores más renombrados del teatro argentino actual; le bastó su primera obra, Cachetazo de campo (1997), cuyas representaciones en los escenarios porteños llegaron hasta el 2002, para dar a conocer una original personalidad artística de una callada radicalidad. Apoyado pronto por circuitos internacionales como el KunstenFESTIVALdesArts de Bruselas, su siguiente creación, Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack (1999), supone la consolidación de una poética construida en torno al hecho de la actuación y los impulsos ocultos que atraviesan los comportamientos humanos. Estas búsquedas han seguido desarrollándose tanto a través de una obra cinematográfica en la que un mundo escénico con una clara voluntad documental encuentra una interesante proyección como de su siguiente creación teatral, El adolescente.

Las obras de León son el resultado de procesos de creación que en la mayoría de los casos se extienden durante más de un año. La idea de proceso se convierte en algo central dentro de un tipo de trabajo que quiere crecer desde dentro, de manera orgánica, a partir de los accidentes humanos o materiales que se van cruzando, de modo que, según explica el autor (León 2005: 240), la obra termina siendo también un documental de cómo fue hecha, un registro de las complicaciones que fueron surgiendo, de los roces, cercanías y distancias, de los cambios que fue experimentando, de los elementos que se fueron incorporando y los que quedaron fuera, pero que no por ello dejaron de imprimir una huella. El resultado debe expresar no las ideas previas concebidas por el director, sino antes que nada esta andadura de un grupo de personas embarcadas en un proyecto común que, en todo caso, sí tuvo como detonante esas ideas iniciales. En el centro de este proceso se encuentran las relaciones que se van generando entre los integrantes del grupo, empezando por el propio director, obligado en cierto modo, como los actores, a una implicación personal a lo largo de un proyecto en torno al mundo de las emociones, las actitudes y reacciones producidas por una determinada situación ficcional cuya finalidad es sacar a la superficie un relato de actuación original —creativo— de cada actor. Este mundo de relaciones que son los ensayos llega a tener más intensidad que la propia vida, según afirma el autor; «Entonces decido cuándo quiero ensayar y relacionarme con determinado tipo de personas, temas, mundos. Y esa relación se transforma en mi vida cotidiana, porque trabajo con personas y con lo que esas personas son y con cómo soy yo con esas personas» (León 2005: 2004). El teatro de León podría entenderse como una suerte de laboratorio donde un científico taciturno con un profundo sentido escénico de la vida somete a prueba los comportamientos humanos. Sobre Cachetazo de campo, por ejemplo, explica León (2005: 19): «Comenzamos a investigar temática y formalmente el llanto como elemento escénico: cómo producir emoción y, al mismo tiempo, generar con ella una distancia, para poder observarla, relativizar, intelectualizar».

Texto extraído de: CORNAGO, Óscar.»Registros de la actuación o las lógicas acuáticas de Federico León» en LEÓN, Federico, Registros. Teatro reunido y otros textos, coord. y ed. Jorge Dubatti, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2005.