Adivina en plata es un cutre-cabaret dignísico, corrosivo, con la estética del arte povera y algunos chispazos de un lirismo controlado a voluntad. Valenciano apuesta por el antimovimiento como corriente expresiva en lo dancístico, y en el monólogo como factor rupturista de una acción caótica, pero iluminada en el coloquialismo con el espectador. El agrio tejido versa sobre la parte más sorda de la singularidad de los personajes, su voluntad de distinguirse. Esos cuatro seres de retablo no comparte principios, pero sí abismo, y ya se sabe que nada une -en cualquier corte de los milagros doméstica- como la desgracia. / Sigue extrañando que Mónica Valenciano no ceda a su particular lenguaje corporal. Ella dice: «Anoche soñé con Maruja Torres. Quiero unos zapatos de piel de serpiente. No sé qué significa eso». Otra actriz-bailarina reclama el micrófono y recita dolorosamente el clásico cervantino: «Qué me causa este dolor, amor?» (y ahí quizá está la clave de la velada: en el dolor). Aún una tercera voz reclama sus quimeras. «Quiero que fumar no haga daño y que mi casero me regale el piso». A la perplejidad y la sonrisa le sigue el estupor: lo han dicho en serio. Así de duro. / Los baldíos esfuerzos de esos cómicos de la lengua que intentan alegrarse a sí mismos terminan en penumbras, como tiene que ser, en una tácita condena a la oscuridad y al movimiento perpetuo del desamor. Un rato después de los aplausos aún se traga en seco.
© Roger Salas, El país, 7-2-97