Esta acción estaba pensada para poder ser repetida. Se trataba de experimentar y estar atento a cómo las diferentes circunstancias externas modelaban un mismo concepto formal y una estructura y contenido similares. Las variaciones principales se dieron por las características del espacio físico (pequeño y con salida directa a la calle en el primer caso, de mayor tamaño y con pasillo para la salida en el segundo); por el contexto funcional (más cargado de connotaciones «oficiales» en el realizado en el Centro Párraga de Murcia); por el tiempo (la necesidad de esperar al discurso de Rajoy, que se retrasó, duplicó en Madrid la duración prevista). Como resultado de estas diferencias, la performance de Madrid resultó más concentrada espacialmente y se extendió en el tiempo hasta convertirse casi en una acción de resistencia. La de Murcia, en la que no era necesario esperar el discurso, resultó ajustada a su duración prevista y, espacialmente, terminó por adoptar una forma lineal.

La actitud del público fue fundamental en el desarrollo de una acción que buscaba provocar su reacción. Al ir extendiéndose el espacio del artista, la superficie cubierta con cartón, el espacio del público disminuía correlativamente. El objetivo final era expulsar al espectador del espacio expositivo o, dicho de otra manera, empujarlo a tomar conciencia de su posición con respecto a la acción y a la contemplación. Esta era la parábola que se «representaba».

No obstante poseer una estructura claramente determinada y una necesaria previsión del comportamiento del público, la performance estaba abierta a diferentes posibles desarrollos. En ambos casos los asistentes manifestaron una cierta resistencia a abandonar el espacio de exhibición. En la del Centro Párraga, el propio transcurso de la acción hizo que se vieran desbordados. La reacción a la provocación, más que en abandonar el espacio o en resistirse a moverse del propio, consistió en la solución «tolerante» intermedia de hacer pasillo. Como resultado quedaron, en términos militares, «embolsados» y posteriormente superados según el plan previsto.

Paralelamente a la importancia central del público como materia de esta performance, aparece la manifiesta voluntad de confrontación del artista, su discurso invasivo intensifica su papel como tal sin descargar sobre el público ninguna responsabilidad estética pero sí la responsabilidad ética de actuar (en este caso como en cualquier otro de la vida). Pero, indudablemente, los espectadores entienden el arte como un lugar donde rigen reglas especiales: fuera de él no se admitiría este tipo de provocaciones que afectan al propio espacio vital.

Los materiales cotidianos y las estrategias discursivas directas, muy 15M, evidencian formalmente, asimismo, una voluntad comunicativa bruta, un deseo de «decir mi verdad» muy contraria a la ambigüedad, levedad y «debilidad» habitual buscada por otros performers. También, de manera coherente, son cotidianas las habilidades desplegadas en la realización de esta acción: escribir, leer, dibujar, recortar… y, en el caso de la versión de Espacio B en Madrid, comer, colgar carteles o escuchar en la radio noticias, mentiras y excusas sobre la corrupción política.

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