Spregelburd incluye el siguientes texto en el programa de mano:
La pesadilla de Hegel
Persigo un objetivo formal poco decoroso: una obra que carezca de introducción y desenlace, y que se pueda percibir como puro Nudo. Creo que BLOQUEO es lo más cerca que he estado de lograrlo. En este sentido, yo creo que se trata de una obra de danza. Los actores no bailan, claro, y cuando les explico que me parece que ésta es una obra de danza se ríen abiertamente. Pero creo que hemos terminado por aceptarlo.
Las connotaciones ideológicas de este procedimiento que busca al nudo como alma, en detrimento de las causas (introducción) y las consecuencias (desenlace) no tardaron en aparecer. Pero siempre de manera esquiva, amorfa, y evidentemente parodiando mi propio sentido común. Al comienzo de la génesis de esta escritura a ciegas, los músicos ni siquiera eran cubanos. Pero las cosas se me fueron complicando, y para bien. La obra -como es de esperar- no supone ninguna afirmación categórica en torno a la situación pasada, presente o futura de Cuba. Pero tampoco la evade. El cruce entre aquellos temas y este procedimiento es -vaya novedad- accidental. Mi cuestionable confusión, mi errático instinto, mis viajes en una y otra dirección y mi agridulce, romántica desazón no pueden confundirse con desinterés, pero tampoco con sensatez o pacatería. Todo lo contrario. Sabemos que la verdad que surge en el teatro es lúdica, inmediata, amoral y provisoria. Y sabemos que los temas importantes -y más si vienen impresos en sus programas de mano- no le quedan bien al teatro, porque suelen debatirse fuera de él con más eficacia y menor ambigüedad.
Una obra sin introducción ni desenlace, sí. Puede ser.
Pero también hay algo mucho peor que eso, algo más escabroso: una obra sin dialéctica.
En la dialéctica (como procedimiento de conocimiento del mundo) hay una máquina que motoriza al pensamiento: la tesis «dialoga» con su antítesis, y en ese movimiento desenfrenado de opuestos se arriba a una síntesis. A una instancia superadora de los términos iniciales de la discusión. Después de todo, para eso se discute. Desde hace tiempo estoy algo obsesionado -sin querer- con una idea más pesimista, y en esta obra indago en esa obsesión aterradora: una eterna dialéctica que no conduzca a síntesis alguna, una intermitencia de elementos que -por no poder arribar a instancia superadora de ningún tipo- al no poder aparecer conjugados, sólo se alternan en el uso del espacio y de la praxis.
Rehúyo de la nostalgia sensiblera tan común en este caso, pero al mismo tiempo no dudo en dedicar esta obra -este ínfimo mecanismo diabólico, este diminuto acto de amor- a todo el pueblo cubano. A su heroísmo. A su orgullo. A su Revolución.
A su persistencia en el tiempo y el espacio. Dos coordenadas muy poco agradecidas.
Rafael Spregelburd