La primera obra de Federico León como director y dramaturgo gira en torno a una situación única compuesta por una Madre y una Hija que no dejan de llorar durante toda la representación, de aproxi-madamente una hora de duración. La escena la comparten con un extraño personaje, personificación del Campo al que se ha trasladado la familia, cuya actitud distante y tosca hace de contrapunto con los inútiles esfuerzos de las dos actrices por controlar su emoción desbordada. El llanto, protagonista central de la obra, no está motivado por la lógica interna del espectáculo, aunque puede llegar a cobrar diferentes sentidos simbólicos, sino que se hace visible como una pura acción, como un estado de ánimo que obliga a los actores a un raro ejercicio de interpretación que se resiste a lecturas obvias:
En Cachetazo de campo para mí era fundamental qué relación se establecía con el llanto. Me interesaba que el llanto fuese el status quo de esa relación; un estado que por su duración se naturalizara, se normalizara y pasase a ser la forma habitual de relación de la madre y la hija, y ver por ejemplo, cuál era el llanto de ese llanto. Y por otro lado intentar no relajarse, abando-narse, regodearse únicamente en el estado encontrado, sino tratar permanentemente, mien-tras se producía el llanto, que desapareciera. Si ya habíamos investigado cómo producir el llanto, ahora había que investigar el proceso inverso, cómo hace una persona que llora para secarse, para deshumedecerse (León 2005: 9).