«Cuando uno piensa en el Circo, las primeras imágenes que le vienen a la mente son normalmente esas de niños riendo, payasos y osos bailarines. Sin mucho esfuerzo, las vívidas memorias de la infancia salen a la superficie y, por un momento, nuestro cinismo adulto es desafiado por una pequeña punzada de nostalgia a nuestra perdida inocencia. Tal es el evocador poder del Circo.

Pero el Circo no siempre ha significado esas cosas. ¡Más bien al contrario! Hace más o menos un siglo, para nuestros padres, evocaba el show más desafiante, tentador y vaporosamente erótico que podían imaginar. En un mundo donde la línea del dobladillo estaba por debajo del tobillo y las honrosas mujeres montaban a caballo con sus dos piernas juntas a un lado, la visión de una mujer ligera de ropa balanceándose sobre un caballo galopante era, como poco, irresistible. Y eso sin mencionar la impresión que dejaban las bellas jóvenes trapecistas al volar por el aire, colgarse boca abajo, antes de la invención del moderno sujetador.

No sin razón, la Iglesia tenía una oscura opinión de los Circos e incluso hoy, en ciertas regiones del sur de Europa, no es inhabitual oír a sacerdotes que, desde sus púlpitos, advierten a la gente de los peligros morales del Circo.

Pero el sexo no era lo único ofensivo para la religión. Desde que a mediados del siglo XIX Darwin derrocara el dogma de la Biblia sobre la creación de la Tierra, y presentara su nueva teoría de la Evolución, empezaron a construirse por todas partes zoos y jardines botánicos, apoyados por el interés de una opinión pública repentinamente apasionada por los debates sobre especies exóticas y animales desconocidos. Con una excelente facilidad para hacer negocio, el Circo se convirtió en el medio perfecto para satisfacer la sed de conocimiento científico de una nueva audiencia: el trabajador industrial urbano.

El boom del Circo era también el boom de las Grandes Exposiciones Universales, la construcción de la Torre Eiffel, la bombilla eléctrica de Edison, las expediciones africanas y antárticas. Como una novela de Julio Verne, pero en la vida real, el Circo ofrecía al hombre de la calle un contacto de primera mano con la emoción y la excitación de un valiente nuevo mundo de oportunidades. Una prueba tangible de que la realidad podía cambiar y que sólo dependía de su voluntad, determinación, ingenuidad y fantasía.

Aparte del claro contenido político de este último punto no olvidemos que, de hecho, el apogeo del Circo era contemporáneo de los primeros sindicatos y del principio de los primeros movimientos socialistas- el nuevo sentimiento de poder humano que emergió a partir del siglo XIX tuvo otra consecuencia mayor: los deportes y la gimnasia.

Pierre de Coubertin, en su discurso de inauguración en el renacimiento de los Juegos Olímpicos, resumió el espíritu de los mismos cuando habló del deporte como un camino para sacar al hombre de la esclavitud y la opresión. Para el espectador medio de circo de aquella época, era obvio que cuando un malabarista lanzaba sus mazas o los acróbatas saltaban a través del aro, era en nombre del progreso, la libertad y la dignidad humana! Sólo hay que mirar antiguas fotografías de números circenses para ver qué serias y pomposas eran sus actitudes: ellos sabían que eran misioneros anunciando un nuevo Jerusalén científico.

Un tema pesado todo esto, debéis pensar. Demasiado pesado, quizás, cuando vuestra mente vuelve a vuestros recuerdos personales de payasos y osos bailarines. Bien, de hecho, había también payasos y osos bailarines para la gente que, como ahora, iba al Circo a pasar un buen rato! Podían emocionarse con la precisión matemática de las proezas físicas que veían, sobrecogerse por los misterios de la naturaleza que se les mostraban, sentirse alentados por las maravillas técnicas de su tiempo -la carpa, con su fina estructura y su tamaño, era un espectáculo en sí misma- pero cuando los payasos llegaban montando un alegre caos a su paso, la multitud no tenía duda alguna de quiénes eran las verdaderas estrellas del show.

De una manera bastante natural, la gente se identificaba más con los payasos y sus ingeniosas bromas que con la perfección y la disciplina de los superhombres que acababan de ver. Y cuando, por ejemplo, los payasos entraban en su enclenque cañoncito después del vuelo magnífico del «Hombre-Bala», la risa que inundaba la carpa procedía del placer de ver reconstruidos ante ellos sus propios sentimientos de insuficiencia frente a los grandes logros de la vida moderna.

Por otra parte, tampoco podía concebirse un espectáculo sólo de payasos. ¡La mera sugerencia de ello habría sonado seguramente bastante indecente y tomada posiblemente como una especie de provocación nihilista! No se cuestionaba que el humor necesitaba un homólogo serio para existir.

Este era el corazón de la fórmula mágica en la cual se basaba el Circo: Una celebración de positivismo atemperado por saludables dudas humorísticas. Para el circo, como para la ciencia, todo tiene que ver con el ser claro y llevar los límites más allá de lo conocido. Hasta que el payaso viene y acaba con cualquier intento de ser demasiado serio con respecto a la vida.

Este es el espíritu que mantuvo a mi familia, los Bassi, apasionadamente obsesionada con el Circo durante 130 años. Sin embargo hoy, el Circo, en mejores términos, está considerado una forma ligera de entretenimiento para niños. Qué ocurrió entonces? – deberéis estar pensando-.

En primer lugar, el Circo fue superado por la Tecnología. El Cine y después la Televisión se convirtieron en los vehículos de Información. El transporte público de masas acabó con el rol del Circo de proveedor de sueños de viajes exóticos. La retransmisión pública del deporte en la radio y de nuevo, más tarde, en la televisión, canalizó en su favor el deseo de acción física. Pero todas estas explicaciones son sólo algunos elementos dentro de un cuadro más amplio y doloroso.

Es la Sociedad misma quien ha perdido el deseo de festejar. Gradualmente, bajo el pesado conjunto de la superpoblación, la contaminación, la decadencia urbana y todas las enfermedades de nuestro mundo, la simple creencia naif en el progreso ha desaparecido. Y sin fe en un sentimiento común con respecto a nuestro destino y nuestras intenciones, los malabaristas, acróbatas y payasos del Circo se quedan en pintorescos simbolitos de la inocencia pasada. Fantasmas de un tiempo en el que la sociedad era todavía joven. El recordatorio nostálgico de nuestra infancia.

Así que ¿hay alguna esperanza? Sí ¡Internet!

Por extrañas, complejas razones, la red ha convertido el pasado en moda. Una inocencia decimonónica y una virginidad científica han vuelto al cyberespacio y, una vez más, se habla de las maravillas de la capacidad de inventiva humana.

Otro síntoma decimonónico es la mentalidad de la «quimera del oro». El «todo gratis» denota que estamos empezando a reclamar nuevos derechos en una frontera nueva. El territorio nuevo es el territorio virtual.

Dispara nuestra imaginación con vastas cantidades de territorio virtual para nuestras apretadas ciudades -huir de las viejas estructuras de poder en un territorio donde las cosas todavía son gratis- quizá no es verdad, pero a quién le importa. Está el Circo muerto? Divertíos.»