El experimento escénico O Farol – uma contemplação da velocidade [El Faro – una contemplación de la velocidad] integra la trilogía A Máquina do Tempo (ou Longo Agora) [La Máquina del Tiempo (o largo ahora)], en la que OPOVOEMPÉ [El Pueblo de pie – ELPUEBLODEPIE] se propone debatir el tiempo en tres experiencias distintas. En este experimento se reflexiona acerca de la movilidad en los grandes centros urbanos: cuánto tiempo nos lleva ir desde casa hasta el trabajo, cuáles son los medios de transporte utilizados, cuánto tiempo se espera… La estructura del tiempo en la vida de las personas revela grados de libertad y de poder; cuanto más dinero, más velocidad. El Farol fue inspirado en las ideas sobre la velocidad del filósofo Paul Virilio y en la imagen de una zona económicamente veloz, cercana a las torres altas y a los helicópteros [1] . Se trata de un recorrido sonoro o un documental en directo. Al principio, la ciudad fue el punto de partida para la definición de la dramaturgia posdramática, no ficcional, que incorporaba elementos narrativos y documentales en una banda sonora escuchada sin interrupción por los espectadores a través de diferentes dispositivos sonoros (desde reproductores de mp3 hasta el estéreo del coche que transportaba a los espectadores en un determinado momento del trayecto).
El texto llegaba como pensamientos susurrados en los oídos de los espectadores, que también se mantenían en desplazamientos constantes. En respuesta a la velocidad, al tránsito y a los helicópteros, el experimento proponía pausas para escuchar las reflexiones sobre el tiempo. La ciudad puede ser considerada el primer eje dramatúrgico, ya que el recorrido de los espectadores era el punto de partida para la articulación de la banda sonora.
Con el fin de revelar en qué medida la velocidad del individuo es directamente proporcional a la potencia económica de los ciudadanos, O Farol invita al público a moverse en distintas formas (a pie, en coche y tren), con salida en Berrini, una zona de negocios de São Paulo, hasta llegar a las periferias de la ciudad. Cuanto más cerca del mundo económico, de las grandes corporaciones, más rápido y más eficiente es el desplazamiento; cuanto más se acerca a la periferia, más tiempo hay de espera y más se desacelera.
Para participar en la obra O Farol, el espectador debía pedir cita por teléfono. Cuando llegaba al punto de encuentro –a la entrada de un gran hotel ubicado en la zona empresarial de la ciudad– los asistentes eran recibidos como si fueran a coger un vuelo: tenían que presentar su número de reserva y responder a un cuestionario. Después eran conducidos sutilmente por unas personas que llevaban una maleta roja. Esas personas no actuaban en un sentido teatral, no asumían un personaje; solamente hacían una mediación entre el espectador y la ciudad, proponiéndole la vivencia de distintas velocidades.
A lo largo de la duración de la obra, distintos performers guiaban a los espectadores. Cada uno de ellos era responsable en una parte del trayecto; se mostraban placas donde se leían frases como “observa si la velocidad del otro es igual que la tuya” y mensajes en la pantalla de un móvil que decían: “¿qué esperas tú?” o “¿hay que tener sentido?”.
Todo el trayecto estaba acompañado por una banda sonora compuesta por lo que podría ser una grabación de audio de una película documental, en la que se emitían distintas opiniones de expertos. La dramaturgia se constituía por una mezcla de voces de peatones desconocidos, familiares, amigos y de ponencias realizadas en un ciclo de estudios acerca del tiempo, articulando poéticamente planteamientos acerca de la velocidad contemporánea.
Análisis:
Entre los barrios Berrini y Artur Alvim, se notaba un fuerte cambio en el paisaje urbano. Desde la primera vista panorámica de la metrópoli, en el interior de un gran salón con vidrios situado en el centro económico de la ciudad, era posible vislumbrar la imagen de largas avenidas y de los distintos modos de vivir y de desplazarse. Desde la ventana del tren, el paisaje cambia muy deprisa. Cuando se aproximaba a las afueras, el tiempo se hacía más lento.
Al final del trayecto propuesto por la obra, el espectador -que está en medio de una pasarela suspendida- se detiene delante de una mirada de inmovilidad: un cementerio de trenes abandonados. Esa última mirada, compuesta por vagones parados sobre la línea de tren de São Paulo, sintetiza una oposición entre la velocidad, los flujos, la prisa y la impaciencia presentes en los cuerpos que habitan un gran centro urbano. En ese trayecto/recorrido sonoro, los espectadores eran considerados actores sutiles, que se relacionaban con los actores solamente a través de sus miradas. Sin embargo, la escena permanecía invisible en el cuerpo de la ciudad, contraria a la espetacularización de lo cotidiano; se desplazaban por São Paulo sin dejarse notar.
Una vez que no había actuación, tampoco había escena en un sentido más convencional del término, así lo que observaba el espectador era la teatralidad propia del espacio urbano. El experimento se destacaba de la vida real porque los artistas planearon previamente el recorrido, escogieron unas partes de la ciudad para que fueran observadas y crearon una banda sonora especialmente para ser escuchada a lo largo de ese trayecto. En verdad, lo que quedaba visible a los peatones habituales de la ciudad eran dos personas con auriculares que seguían a una tercera, cuyo ritmo al caminar cambiaba entre muy deprisa y muy lento, dependiendo de donde estaba. Se trata de una acción discreta, a la distinción, por ejemplo, de una persecución policial, ya que había un consentimiento en ese “dejarse guiar”.
En algún punto entre el hall del hotel y las estaciones de tren, una voz preguntaba al espectador: “¿cómo reducir las distancias entre el centro y las periferias?”. El agotamiento, la fatiga –que normalmente generan pereza de leer y de razonar– producen ciudadanos anestesiados, en una eterna carrera contra el tiempo y en favor del capital. La ecuación del hombre contemporáneo se convierte en el pienso, luego produzco. Así, la obra O Farol se configura como una invitación a (re)pensar nuestra organización del tiempo (en relación al trabajo, a la familia, al tiempo de ocio, etcétera) y las consecuencias del proceso de aceleración vivido en este último siglo.
Por más que las visiones de la ciudad sean presentadas en distintos momentos de la propuesta escénica, no fueron creadas por un director teatral. En este caso, las visiones son cuidadosamente recortadas del contexto urbano y ofrecidas a la mirada del espectador en determinados momentos. Ellas son sustituidas, en la mayor parte del tiempo, por un juego que nos invita a caminar por la ciudad, explorando trayectos distintos de aquellos a los cuales estamos habituados. Así, la ciudad puede ser observada y utilizada de un modo no habitual. Se convierte en un espacio lúdico, de experimentación de distintas velocidades y de transformación del uso del tiempo, que deja de ser productivo y pasa a ser el tiempo de ocio. La experiencia propiciada aquí no es tanto de consumo de una obra, sino de exploración de un territorio, una actividad improductiva (como el juego) y antifuncionalista (como una deriva urbana).
(Texto de Verônica Veloso)
(Traducción del portugués: Julia Guimarães)
Notas:
[1] Los extractos en itálica son citas de una publicación coordinada por el grupo OPOVOEMPÉ, que lleva el nombre “A Máquina do Tempo (ou Longo Agora)”, de 2012.