En colaboración con Mariano Pensotti (Fragmentos)
Un espacio dividido. A la derecha, dos sillones y un televisor. Del otro lado, una escenografía de living: un piano, una alfombra que cubre parte del piso, sillas en los laterales, un sillón. Parrilla baja.
Sobre la derecha. Sentados cercanos a la televisión, un actor y un traductor. Se ven las imágenes de los cementerios en la pantalla del televisor. El actor mira las imágenes del televisor y le dice al traductor.
(Se traduce simultáneamente.)
Parte Documental
El Actor le dice al traductor, que traduce en simultáneo:
Durante el proceso de construcción de esta obra, ocho meses, murieron en Buenos
Aires cien mil personas.
El cálculo es estimativo. Pero se puede corroborar con el número de muertos en
los avisos fúnebres de los diarios.
Entre los que murieron y tuvieron algún tratamiento periodístico están:
Un actor, Narciso Ibáñez Menta.
Un periodista y conductor de televisión, Juan Castro. Se mató tras arrojarse de
un primer piso.
Una cantante popular de fama algo envejecida, Gina María Hidalgo. De una
voz muy aguda.
Muertos por inundaciones. Aproximadamente cincuenta y nueve.
Treinta y cinco muertos por accidentes de auto en inicio de las vacaciones.
Muertos de frío, cinco en el sur por el fin de semana más frío del año.
Muertos por desnutrición. Aproximadamente treinta y ocho.
Seis mineros muertos en un accidente en Río Turbio.
Un militante social asesinado, un piquetero conocido, de la Boca (Oso…).
Entra otro actor (Alfredo) y se sienta adelante, sobre el espacio de la izquierda.
Parte Documental
Sigue Actor.
Casos policiales, entre ellos, una chica de quince años violada y muerta en Parque
Pereyra.
Se acusó a su novio. Pero después quedó en libertad.
Casos de gatillo fácil. Es decir, muertos por la policía. Un promedio de quince
por mes, o sea en siete meses: más de cien. Edades de víctimas de gatillo fácil:
4,81% hasta catorce años; 67,38% de quince a veinticinco años; 15,8% de veintiséis
a treinta y cinco años; 6,65% de treinta y seis a cuarenta y cinco y sigue
bajando.
Ah. Y Maradona. Que casi se muere… Un susto siempre Diego…
El actor Alfredo sentado muy cercano al público. Cuenta un relato personal
sobre su última experiencia con la muerte: El accidente de su hermano en una
ruta de la provincia de Corrientes.
El traductor se para atrás de Alfredo. Traduce en simultáneo.
Alfredo termina de contar el relato y dice:
“Esto es lo primero que me pidieron que haga”. (Se pone de pie. Y detrás suyo
la escenografía de Los Muertos se ilumina.)
Alfredo le dice al traductor. El traductor traduce simultáneamente:
Soy Alfredo Martín, soy actor, y me convocaron para que reconstruya una obra
de teatro en la que actué hace casi treinta años. Ésta de acá es la escenografía.
La obra era una adaptación de Los Muertos de James Joyce y la hicimos en
Corrientes, durante tres temporadas, hace casi veinte años. Mi personaje no era
muy importante, era un papel secundario dentro de un elenco numeroso.
Para mí sí lo era porque fue una de las primeras obras en las que actué. Me
sorprendió cuando me convocaron. Los autores de esta experiencia consiguieron
la escenografía original de la obra. Es ésta. Estaba guardada en el depósito
del teatro y a lo largo de los años fue reciclada varias veces y usada en otras
obras. Éste es el living en la casa de las hermanas Morkan. Una fiesta de Navidad,
hay invitados… Afuera llueve y los perros cimarrones aúllan bajo la lluvia.
Sobre la mesa vasos de sidra van perdiendo lentamente el gas.
Parte Documental
El Actor le dice al traductor, que traduce en simultáneo:
Los cementerios son puestas en escena. Miro estas imágenes y no puedo dejar
de ver teatro. Verdadero teatro. El teatro que no depende de la fugacidad de los
cuerpos… Fuera de la lógica temporal y perversa de la actuación. El Teatro que
es ante todo una totalidad. El cementerio es un espacio de desconcierto, para
quienes lo analicen tratando de interpretarlo desde puntos de vista simbólicos o
literarios. El verdadero teatro, el teatro como lenguaje artístico, está en la muerte
y sus representaciones arquitectónicas.
[…Alfredo explica el proceso en el cual reconstruye la representación de Los
muertos…]
Parte Documental
El Actor le dice al traductor, que traduce en simultáneo:
¿Esto qué es? Un cementerio… pero también es una escenografía.
Un cementerio es una puesta en escena que intenta hacer presentes los
cuerpos ausentes. Pero, ¿qué ven? ¿Qué vemos? Yo voy a tratar de decirlo. Una
escenografía, pero es más que eso… ahí hay un tiempo, un espacio, un relato…
La representación de la muerte es teatro. Un teatro particular lógicamente, un
teatro de cuerpos ocultos. Y eso es lo que me interesa. Un teatro de cuerpos
ocultos. Cuerpos ausentes… Si viera un entierro, o un velorio, no podría imaginar
tantas particularidades como si veo ese espacio, vacío de cuerpos. Los cuerpos
hacen a la representación, los espacios hacen a la realidad, “son”.
[…Alfredo explica el proceso en el cual reconstruye la representación de Los
muertos…]
Parte Documental
El Actor le dice al traductor, que traduce en simultáneo:
(Imagen con Placa de Chacarita. El mapa de Exhumaciones.)
Así como una escenografía describe a un personaje, una tumba describe al
muerto. Por supuesto que las puestas en escena que organizan los ricos para sus
muertos son diferentes a las que organizan los pobres.
(Se ve travelling de cruces del cementerio de chacarita sin que hable.)
(Se ven tumbas de actores en Chacarita.)
Y después llegamos al caso extremo de las tumbas de actores, el punto máximo
de unión de lo teatral y la muerte. El mismo tema. Las tumbas de los actores
son abiertamente puestas en escena. Se hacen cargo de eso.
[…Alfredo reconstruye la representación de Los muertos…]
Parte Documental
El Actor le dice al traductor, que traduce en simultáneo:
A los actores argentinos les encanta actuar escenas de muerte.
Se ve una sucesión de actores muriendo en películas argentinas.
Comentarios sobre las estéticas de actuación en la Argentina, pegado a la
televisión.
[…Alfredo reconstruye la representación de Los muertos…]
Parte Documental
El Actor le dice al traductor, que traduce en simultáneo:
Jürgen Habermas, un pensador alemán, dijo que un trabajador de un teatro (un
técnico) y un trabajador de un cementerio (un sepulturero) se parecen. Ambos
sostienen la función esencial de ese espacio (de esa estructura de representación),
pero sus cuerpos no están expuestos.
Se ven las entrevistas de un sepulturero y un técnico de teatro. Se traducen en
escena.
[…Alfredo continúa con la reconstrucción de la representación de Los muertos…]
Parte Documental
El Actor le dice al traductor, que traduce en simultáneo:
Jürgen Habermas también dice que “el cementerio, el museo y el teatro se parecen:
todos son depósitos, espacios poblados de fantasmas…” y “sobre todo son
lugares donde los muertos vuelven”. Como si dijéramos que la muerte pide
escena. Lo ausente se hace presente. La Muerte como Teatro. Y el Teatro como
el espacio donde ya no hay cuerpos.
Es que la Argentina es un país de cuerpos ausentes.
…el cuerpo de Evita robado y escondido por años; el cuerpo de Mariano Moreno
arrojado al mar; Borges y su tumba en Ginebra, Gardel pulverizado en el
aire…
Sí, la Argentina es un país de cuerpos ausentes.
Última escena de la reconstrucción de Alfredo de Los muertos
ALFREDO.–
– “Greta, ¿qué te pasa?, no dijiste una palabra desde que nos fuimos de la fiesta,
¿te pasa algo?”
– “No, estoy cansada…”
– “¿Estás segura?”
– “Sí”.
– “Decime en qué pensás”.
– “En la canción, pienso en la canción que escuché al final de la fiesta”.
– “¿Qué pasa con esa canción? ¿Te hace llorar?”
– “Me acordé de una persona que cantaba esa canción hace mucho tiempo”.
– “¿Y quién era?”
– “Alguien que conocí cuando vivía en Entre Ríos con mi abuela”.
– “¿Alguien de quien estabas enamorada?”
– “Se llamaba Miguel Furey, cantaba esa canción y era un muchacho muy
dulce, muy amable. Es como si lo viera ahora. Sus ojos… grandes y oscuros.
¡Qué expresión!”
– “Entonces, estás enamorada de él”.
– “Íbamos a caminar por la costanera de Entre Ríos…”
– “Estás enamorada, Greta”.
– “Está muerto. Murió a los diecisiete años. Es terrible morirse tan joven”.
– “¿Qué pasó?”
– “Creo que murió por mí. Fue cuando empezaba el invierno, yo me estaba
yendo de la casa de mi abuela. Él estaba enfermo en su casa y no lo dejaban
salir, tenía una enfermedad en los pulmones, algo serio, nunca se supo bien qué.
Decía que yo le gustaba. Caminábamos mirando el río…”
– “¿Entonces?”
– “Iba a estudiar canto y tenía muy buena voz. Cada día que pasaba estaba peor.
La noche que me iba llovía mucho. Escuché que llamaban, tiraban piedritas a
mi ventana. No se podía ver quién era, así que bajé y lo vi, parado temblando
de frío al final del jardín”.
– “¿Le dijiste que volviera a su casa?”
– “Sí, le dije que se iba a morir, que se moriría si seguía debajo de la lluvia. Él
me miró a los ojos y me dijo que no quería vivir… puedo ver sus ojos tan claramente…”
– “¿Y volvió a su casa?”
– “Sí, volvió. Y una semana después de mi partida se murió. El día que me
enteré…”
El actor llora.
El actor se acerca a la ventana. Piensa (o dice):
– “Qué pobre papel me tocó jugar en tu vida, Greta, qué pobre papel. Es como
si no fuera tu esposo, como si no hubiéramos vivido juntos. ¿Cómo eras antes?
¿Cómo eras? Para mí tu cara es hermosa todavía pero ya no es la misma por la
que Miguel Furey desafió a la muerte. No sé por qué… siento estas emociones
confusas, ¿qué las provocó? ¿Fue la fiesta, o tu actitud, Greta? ¿Mis propios
comentarios tontos? ¿La música? Pobre tía Julia, con esa mirada tan apagada
mientras cantaba en ese salón. Dentro de poco será también una sombra, yo
también voy a estar ahí, sentado, vestido de negro, intentando buscar consuelo
en las palabras, pero solamente se me ocurrirán palabras vacías, inútiles. Sí, va
a ser muy pronto. Los diarios tienen razón, no para de llover. La lluvia cae y
cubre Corrientes, cae sobre los montes, los campos, los pantanos, inunda las
calles y las ciudades. Uno por uno todos nos convertimos en sombras, apagándonos
de a poco, como todo alrededor. Es mejor pasar al otro mundo en medio
de la gloria de una pasión que marchitarse de melancolía con los años. Yo nunca
sentí algo así por ninguna mujer, ese amor tan fuerte, desde ahora y para siempre.
La lluvia cae, sigue cayendo. Llueve a través del universo. Llueve sobre
ese solitario cementerio donde están los restos de Miguel Furey. Y llueve sobre
todos nosotros, los vivos y también sobre los muertos”.
[… el Actor le dice al traductor, que traduce en simultáneo, comparaciones de
los estilos de tumbas de Recoleta, que se ven en la pantalla, con distintos estilos
teatrales…]
ALFREDO.–
Más o menos acá terminaba. Esto es lo que pudimos reconstruir de la obra.
Ahora me doy cuenta que es distinta, que no es igual, que es imposible hacerla
como antes.
Igual me parece que algo reconstruimos. Me queda esa idea ahora.
También me doy cuenta que hacerla me pone mal, me duele la cabeza, me sentí
tenso.
Me veía a mí mismo joven, a los otros actores… evidentemente el tiempo pasó…
Es lo que queda.
Parte Documental
El Actor le dice al traductor, que traduce en simultáneo:
- Durante el proceso de construcción de esta obra, en uno de los cementerios
privados más importantes de Buenos Aires, el Gloriam, en Burzaco, en el sur
del Conourbano, se produjeron incidentes en relación con la posesión de la tierra.
Familias que se habían asentado en terrenos privados sin documentación
fueron desalojadas, al extenderse los límites del cementerio. Este cementerio
pertenece a la SCI (Service Corporation International), empresa multinacional,
con base en Houston, Estados Unidos. En la Argentina tiene cinco de los veintiocho
cementerios privados.
- Durante el proceso de construcción de esta obra, estos cinco cementerios facturaron
en la Argentina, unos cuarenta millones de dólares.
- En estos últimos siete meses llamaron por teléfono a casa de mis padres dos
veces promotores de cementerios privados. En la primera oportunidad le dijeron:
“Sería penoso que tuviera que llamarme cinco minutos antes de que lo
necesite”. Y a mi mamá, la segunda vez: “si juntos no lo deciden, uno de los
dos tendrá que hacerlo solo”.
- También mientras construíamos la obra, se abrió Eternus, una empresa que
se encarga, según el deseo del difunto o su familia, de cremar y dispersar las
cenizas en agua, viento o en otro ámbito.
Se usa una urna con orificios en su base que se desplaza en la costa sobre una
pequeña plataforma. Las cenizas se dispersan lentamente en el mar a través de
aquellos orificios. Los familiares observan la ceremonia desde una embarcación.
Eternus representa en la Argentina a Celestis, una empresa estadounidense que,
en cápsulas plateadas de unos cinco centímetros de longitud, coloca siete gramos
de cenizas y los libera en el cosmos a través de misiones espaciales.
- Durante estos siete meses, escuché estas frases:
En Parque Pereyra, donde vivo, el dueño de una casa de velatorios, dijo: “Desde
ya, yo no le deseo la muerte a nadie, pero que a mí, el trabajo no me falte”.
Y en una conferencia comercial a la que asistí el presidente de la cámara de
cementerios privados concluyó con una frase de Jorge Luis Borges, “Gracias a
dios, morir es una costumbre que sabe tener la gente”.
La muerte y sus representaciones
Alejandro Cruz 15
Una obra de teatro, llamada Los muertos, se presenta con todos los aspectos formales de lo teatral: sala alternativa pero tradicional, público ubicado frente al espacio escénico, programa de mano, oscuridad, silencio. Para Beatriz Catani y Mariano Pensotti, sus autores y directores, en realidad se trata de un “ensayo sobre representaciones de la muerte en la Argentina”. En esa obra, hay dos espacios bien delimitados por la escenógrafa Mariana Tirante. En uno de ellos, un actor hace de él mismo. “Soy Alfredo Martín, soy actor”, dice él. Claro, también actúa esa presentación. Dentro de ese juego permanente entre la realidad y la ficción, alguien le pide que reconstruya con lo que quede en su memoria de la adaptación que un grupo de teatro hizo de Los muertos, de James Joyce, en la que él actuó hace treinta años en la ciudad de Corrientes. Puesto en situación, trae a su mente aquella puesta y la reconstruye, la sintetiza, la transforma en una especie de “diálogo monologado”. Así es que en un espectáculo llamado Los muertos uno de los actores debe reconstruir una obra llamada también Los muertos en la que uno de los personajes de la obra de Joyce, un tal Gabriel, recuerda a los amigos ausentes. “El resultado es extraño. Yo dudo mucho de que algo se entienda pero, bueno, así es la memoria”, dice el actor que hace de Alfredo Martín o dice, sencillamente, Alfredo Martín. Más allá de esta supuesta confusión, cada zoom, cada aproximación al foco, cada vuelta de tuerca acentúa el eje (fascinante, por cierto) de este trabajo. Pero hay más que eso.
Mientras Alfredo juega con sus cajas chinas abriendo nuevos significados de un mismo tema, en el otro espacio Matías Vertiz narra el proceso de investigación que da sustento a esta puesta. Para eso, proyecta imágenes de tumbas, contrapone el testimonio de un sepulturero con el de un técnico de una sala o enumera y clasifica las causas de muerte que se produjeron a lo largo de los ocho meses que demandó el proceso de armado de este montaje. “Treinta y cinco muertes por accidente de autos, treinta y ocho, por desnutrición, cincuenta y nueve, por inundación”, dice sobre las cien mil muertes que se produjeron en dicho lapso. Como puente entre una acción y la otra, Nikolaus Kirstein, un actor germano que vive en nuestro país, traduce esos textos al alemán produciendo un seductor distanciamiento.
Pero hay más. Por ejemplo: Matías, el que desarrolla la línea de la investigación casi periodística, habla como si estuviera chateando o como si estuviera hablando con un par sin cuidarse en nada de la elaboración formal de su discurso. Dice las cosas como le salen. Nikolaus es el traductor y, como buen traductor, maneja un tono neutro, sin estridencias. Claro que también opina aunque no debería (o sí, no sé). Por ejemplo, a veces sintetiza un concepto u opta por un silencio cuando se ve superado por una situación (claro, ¿cómo hacerle entender a un alemán el significado de “teatro de revista” o el término “capocómico”?).
El tríptico se completa con Alfredo, el actor (o el actor que hace de actor y de él mismo). Es el que se presenta como tal y el que actúa, el que debe demostrar que sabe hacerlo (y sabe, sabe mucho, como cada uno de los que integran este montaje). Hasta, por momentos, dice textos como lo hacen los “grandes actores” con esa tendencia a la sobreactuación.
De ausentes presentes Hay más. Cada feta, cada línea, cada recorrido, cada acotación, cada silencio, cada alternancia entre una escena y otra articula eso que el subtítulo del espectáculo adelanta (la obra como “un ensayo sobre representaciones de la muerte en la Argentina”). Como ensayo posee una rigurosidad, una inteligencia, una carga emotiva y una ironía que, una vez que se entiende el código, no queda otra que dejarse llevar por un viaje atrapante.
Quizá podría tener mayor síntesis dramática. Quizá algunas escenas de este delicado rompecabezas podrían ser menos extensas. Quizá la inclusión del traductor (rol fundamental cuando se estrenó esta obra en Berlín) aquí sea innecesaria (formalmente, lo es). Aunque también es cierto que ese procedimiento agrega un sensación de extrañamiento muy seductor, como un eco que refuerza y resignfica lo que se dice.
Este nuevo montaje de Beatriz Catani y Mariano Pensotti (los mismos que hicieron Los 8 de julio y Félix. María. De 2 a 4…) hace honor al nivel que ellos mismos, juntos o por separado, ya demostraron en diversos espectáculos. Paradojas de la vida (o de los esquemas de producción teatral), parecía ser que esta obra sólo iba a poder ser vista en tierras europeas. Por suerte, reconstruyeron aquella representación que estrenaron hace dos años.
Pero hay más que todo esto. Y lo que hay, lo que se recuerda, lo que se percibe, lo que suena, lo que resuena, lo que se representa, lo que esconden o lo que se intuye es verdaderamente inquietante.
El teatro de Los muertos o los espacios de la ausencia
Óscar Cornago (Teatro al Sur – Buenos Aires)
En cierto modo, todo teatro es un teatro de los muertos, al menos de los que no están, por eso se los representa. La pregunta sería: ¿y quiénes son los que no están?, ¿a quién decide una sociedad poner en sus escenarios?, ¿cuáles son las ausencias que una colectividad evoca –trata de re-vivir– a través de su teatro?Hubo un tiempo de los orígenes, tantas veces reinventado, en que el teatro representó a los dioses, que no estaban, y que era necesario hacer presentes; luego se representó a los hombres poderosos, y más tarde, como explica Maurice Blanchot, a los desheredados, a los que no tenían voz; finalmente, una modernidad descreída, que mira con sospecha toda relación trascendental, ha terminado representando aquello que no se deja representar, lo que más se resiste a volver a ser, lo que ya no puede ser de ninguna manera, ni siquiera como representación; y ahí aparecen una vez más los ausentes, los más ausentes de todos, los muertos.
Beatriz Catani y Mariano Pensotti nos ofrecen nuevos resultados de una búsqueda escénica que quedó bien definida en Los 8 de julio: hablar sobre los que no están, tratar de hacer presente durante la representación algo que ya ha terminado, un proceso de creación, una serie de acciones (tareas) que los directores encargan a los que van a ser los futuros actores; el presente de la escena, físico, real e inmediato, confrontado a todo lo ya pasado, que es evocado desde ahí, pero no está. Entre estos dos espacios: uno real, otro rememorado, se construye un campo de tensiones sobre el que crece la obra. Desde el comienzo se deja ver que el intento por hacer presente esa otra realidad va a ser en vano; se parte de un sentido de carencia, de imposibilidad, que hace todo más visible, más palpable. Lo desmesurado de la empresa aconseja a los propios actores que acepten las limitaciones que impone todo acto de re-presentación; éstos se dirigen al público para explicarle lo que van a mostrar a continuación, que es el resultado de lo que estuvieron haciendo durante los meses previos al estreno, durante el proceso de construcción de lo que estamos viendo, que es el resultado. En realidad, lo que le están diciendo al público es que, aceptadas las limitaciones del intento, renuncian a la posibilidad de interpretar a esas otras personas o realidades que tratan de volver a levantar en escena. El hecho de la interpretación queda apuntado, citado, como una posibilidad que se mira con recelo (un mal menor, quizá inevitable), y que sólo en algún momento, advirtiéndolo previamente, se va a utilizar. Todo en la obra deja ver la distancia entre lo que ahí se está haciendo y aquello de lo que se habla, una distancia infranqueable: es imposible ciertamente volver a dar vida por los mismos actores a una representación que se hizo hace más de veinte años (es posible que algunos de ellos estén incluso muertos), en el mejor de los casos nos debemos conformar con recuperarla de modo fragmentario, y esto lo asumimos desde el inicio; al igual que es imposible hacer presente físicamente a alguien que se ha muerto. Los cementerios y los teatros consisten en la puesta en escena de unas ausencias, que únicamente se pueden hacer presentes a través de su no-estar, y de eso nos hablan las escenografías teatrales y las representaciones al pie de las lápidas. El trabajo de Catani y Pensotti, como Los 8 de julio, nos hace sentir la emoción de la ausencia, la densidad que puede llegar a tener una carencia o un vacío.