A la edad en la que un artista suele definirse como tal, Ud. tuvo la experiencia de vivir bajo una dictadura. ¿Qué significa esto para Ud. personalmente y para su trabajo artístico?

Indudablemente son marcas. Marcas notables en lo personal y en mis obras. En primer lugar generadores de un dolor profundo, dificil de trasmitir. Yo tenía 20 años y un hijo pequeño, y era bastante insoportable convivir con la muerte de manera tan cercana. Y también era una sobrecarga sobrevivir a la muerte de los otros. Y esto fue un largo proceso, aún años después que terminara el período de las “desapariciones”. Volver a restablecer algún equilibrio fue muy costoso. Eso es parte de mi experiencia. Y en tanto experiencia, algo casi corporal. Todo lo que pude hacer es ligar mi escritura con mi realidad. Siento que escribo con el cuerpo, y hablo de las marcas que quedaron en mí. Escribir es para mí volver sobre esa experiencia corporal, es reescribirla.

Aunque esto no quiere decir que aparezca de la misma manera en todas mis obras, ni que la única forma de transmisión sea temática. Lo que no me es posible es pensar en no dar cuenta, de alguna manera, de esa realidad.

Después de haber trabajado como actriz, Ud. comenzó a escribir a mediados de los años 90. Sus textos se adscriben a la generación de jóvenes dramaturgos, que se niega a toda interpretación política. ¿Ud. se considera una dramaturga política?

Es extraño el concepto de una dramaturgia no política. Todo acto es político, en particular el arte y en particular el teatro que requiere de una ceremonia de encuentro. Creo entender que este intento por tratar de recortarse de lo político, se relaciona con cierta concepción del teatro político en Argentina, ejercida desde un lugar de supuesto saber, y de manera didáctica.

Tampoco me interesa el teatro como un hecho de militancia. No creo que el teatro y en general el arte tenga poder transformador de la sociedad ni me interesa en ese sentido producir. Respeto el teatro como hecho inútil y me parece pretensioso y superficial demandarle que sea una herramienta que aporte a la construcción de un poder transformador. Sólamente siento que produzco atravesada por la época en que vivo. Que produzco desde mis propias heridas, y ahí es cuando hablo de una época y es posible pueda hacerse entendible a muchos. En ese sentido soy una dramaturga política.

Dos de los temas principales de Cuerpos a banderados son los cadáveres que se niegan a ser restituidos a sus deudos, y la muerte que no puede ser aceptada por los familiares, ya que no les ha sido posible despedirse de sus muertos. Son temas que nos hacen pensar en un primer momento en los desaparecidos de la dictadura militar. ¿En qué contexto quisiera Ud. que se entienda su obra?

Es cierto que el contexto es el particular de la dictadura argentina pero por extensión podría ser el de cualquier otro sistema totalitario. Pensaba en Antígona y en la imposibilidad de dar sepultura a Polinices.
La idea de cómo representar un cuerpo cuando el cuerpo no está es más amplia que la dictadura militar pero fuera de ese contexto no me hubiese sido posible pensar la obra.

En la obra Ud. usa un lenguaje muy asociativo, un nivel muy experimental dentro del lenguaje. Muchas veces es difícil transferirlo a otro idioma. ¿Cuál es su intención al destacar y separar la sílaba “a” en “Cuerpos a banderados”?

El personaje que distorsiona las leyes del lenguaje, (con el prefijo negativo «a») es el de Amina. Ella representa el discurso político dominante, y sus construcciones lingüísticas generan un nuevo sentido, alteran también la lógica.  Así el concepto de «cuerpos a banderados» refiere a cuerpos que han sido despojados de su bandera, que también es su historia, y juega a la vez con la noción de abanderados, palabra que en castellano existe y que alude al que es elegido para llevar la bandera. En Cuerpos el lenguaje define espacios. Hay una textualidad en vértigo de Ángeles y un balbuceo, un decir «eco» casi afásico de Aurora. Mientras que Amina es el espacio de control. Amina es casi un personaje sin cuerpo, (enraizada al lugar e inmóvil), y sin emoción. Es el espacio del discurso. Amina es un texto enunciativo, regulador y jerárquico.

Usted es dramaturga, actriz y docente. ¿Podría decir algo sobre la situación actual del teatro argentino desde este punto de vista?

Como sociedad estamos atravesando un momento de una enorme fisura. La sensación es que algo se quebró de manera espectacular y no hay posibilidad, a la vista, de reconstitución. No hay estado, ni moneda, ni justicia, que son los componentes básicos de cualquier sistema político democrático. La inestabilidad se ha instalado como sistema y eso hace muy dificil la posibilidad de pensarnos como sociedad, de reflexionar y decidir artísticamente. La producción en teatro sigue en cierta forma un desarrollo inercial. La primera pregunta ante un estado de tal conmoción es cómo hacer aparecer esta realidad y la primera sensación en lo personal es que todavía es difícil dar cuenta de esta crisis. Sin embargo, también veo que en muchas obras hay algunas inscripciones de lo que ahora padecemos como sociedad. Y que en todo caso si esta crisis nos lleva a replanteos más radicales de modelos de producción y procedimientos, la única certeza es que los encontraremos trabajando.