En Circonegro, segundo texto de Veronese escrito para El Periférico, el trabajo del actor ocupa un espacio desconocido hasta entonces, mientras que por el contrario desaparecen aquellos pequeños teatritos donde manipulaban los muñecos. El espacio de actuación, que conserva sin embargo esa inquietante oscuridad de sus anteriores piezas, se abre a todo el escenario, a escala del propio actor, y no de los muñecos; aunque este se siga presentando como un lugar extraño, en este caso, un perverso circo cuyos extraños números, en un tono minimalista, comienzan siendo interpretados por tres actores, frecuentes colaboradores de El Periférico de esos años, como Alejandro Tantanián y Román Lamas, además de Emilio García-Wehbi, sentados frente al público, con sus trajes negros y gafas oscuras, en mitad de un espacio vacío, y Alejandro Catalán, haciendo las veces de presentador. A lo largo de una exhibición de técnicas actorales tratan de demostrar que por medio de un disciplinado trabajo de interpretación y manipulación es posible imitar cualquier actitud de la realidad, falsificar lo verdadero, crear copias siniestras de la realidad. A modo de diabólicos experimentos se termina constatando que la mejor copia de la muerte es un muñeco. Progresivamente van apareciendo los muñecos, traídos por ellos mismos, que irán adquiriendo mayor presencia, hasta convertirse en dueños de la escena, convertida en un extraño circo. La condición de ciegos que aparentan tanto los actores como los muñecos intensifica ese lado violento, más cruel e irracional cuanto irresponsable, que va creciendo a lo largo de la obra. Como en otros casos, a través de la música y los sonidos se intensifica una atmósfera que se irá haciendo más asfixiante.