Diez vídeo-acciones, realizadas en colaboración con diez accionistas madrileños, en los que la acción performativa y el vídeo se alían con la historia de la ciudad y sus paisajes.

El arte de acción contextualizado (no me refiero sólo al contexto espacial sino que también al contexto temporal y los contextos social, histórico, funcional…) elimina parte de las barreras de la obra con los espectadores y trata de interactuar con éstos involucrándose con la realidad y los problemas sociales. Por ello prefiere los espacios abiertos, donde está la gente, fuera de las galerías y museos, poniendo el énfasis en lo vivencial, en lo experimentable.

No se trata de recrear acciones pasadas, sino de usar la historia de los lugares a nivel de motivación conceptual de la sensibilidad del accionista, que a su manera “interpretará” lo que en ellos pudiera quedar de un tiempo y un espacio históricos. Estos restos funcionarían principalmente no como ruina o permanencia física de los edificios o lugares (en el espacio-tiempo, tal como lo entendemos actualmente, cada cosa es otra a cada instante), sino como base de una construcción mental que puede aunar dos momentos espaciotemporales, el que fue y el que es. De esta manera intento traer el pasado al presente más actual, a las preocupaciones más inmediatas de cada accionista. Se trataría pues de crear en el presente atendiendo, también, al pasado como parte de ese presente.

Este proyecto, al investigar en el arte de acción, el vídeo y la historia, trabaja con una serie de conceptos un tanto contradictorios y que parecen difícilmente mezclables. Es generalmente admitido que toda performance debe prestar atención al tiempo, al espacio y a la presencia: el accionista se encuentra presente y desarrolla su obra en un tiempo y en un espacio concretos. También se suele decir que la performance trabaja con el presente en tiempo real, con lo cotidiano y que, dadas todas estas premisas, es un arte efímero. Por su parte, con el vídeo se realiza una labor de registro. El espacio y el tiempo registrados de la acción, que aquí no son reales sino virtuales, pierden su carácter volátil – y el ideal purista de no repetibilidad – en la permanencia de ese registro y en la posibilidad de su reproducción y revisión. La posibilidad del montaje acaba por deshacer el tiempo real. Para complicar aún más la dificultad del proyecto tenemos el recurso a la historia, la cual trabaja con la ausencia en oposición al arte de acción que lo hace con la presencia: la historia relee y reconstruye el tiempo pasado a través de huellas, documentos, registros y archivos para, finalmente influir en el presente.

La diferencia fundamental entre el relato histórico y el de ficción es la pretensión de verdad del primero. Descubrimos con Ricoeur que la retórica gobierna la descripción del campo histórico. La pretensión de verdad del relato histórico queda así matizada. Paralelamente, la ausencia de pretensión de verdad en los relatos de ficción, aún cuando lo que en ellos se narra no se encuentra sujeto a exigencias de verdad, ¿no ha de ser verosímil? La brecha entre uno y otro géneros no es suprimida, pero sí disminuida. La ficción es reveladora y transformadora en relación con la práctica cotidiana, en relación con la realidad. La historia y la ficción son interdependientes. Puede hablarse de la historización de la ficción y de la ficcionalización de la historia.

Para mantenerme, en principio, dentro de los límites canónicos del arte de acción, cuando antes he hablado de “interpretar” no me he querido referir a una interpretación teatral o actoral sino autoral. La representación, un tabú del arte de acción puesto que contradice la vivencia original de un tiempo real, es otro de los límites que se pondrán en cuestión en este proyecto: ¿Hasta qué punto no es todo representación? Siguiendo a Ricoeur, la identidad se expresa en términos de narración, se ha de entender como el hacer la narración de aquél a quien corresponde el discurso poético. De manera que nuestra propia identidad sería la narración que, a través de la representación e interpretación de nosotros mismos y del mundo, hacemos. La pretensión del arte de acción de no ser ficcional ni histórico, de atender sólo a lo real y lo presente, deja de lado que la construcción de la identidad del propio sujeto creativo, del quién, lo que es y cómo responde a la circunstancia presente, requiere de una narrativa previa que lo conforma. La presencia actuante del performer conlleva historia y ficción. Solo desde ahí podríamos acordar que el accionista presentiza.

La puesta en escena, por leve que sea (basta con determinar una localización), cuestiona otro prejuicio, muy extendido entre los accionistas como diferenciador del arte de acción con respecto a las artes escénicas, el de la no espectacularización. Intento cuestionar estos límites y distinguiendo entre escenario y contexto.

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