Una bañera rebosando de agua dentro de un cuarto de baño y actores de edad y formación distinta, entre los que destaca una actriz de setenta años que hace de madre y el actor que interpreta al hijo menor, de nueve, son algunos de los puntos de partida de esta obra. Actores de ámbitos alejados y con experiencias de vida diversas entran en una estrecha interacción; en palabras de León (2005: 120), se trataba de «Lograr que elementos disímiles convivan de manera natural, se relacionen y pertenezcan a un mismo mundo». El proceso de trabajo consistió en interpretar un denso entramado de relaciones familiares dentro de ese raro ambiente en el que la Madre insiste en esperar dentro de la bañera el regreso del Padre, como explica Luis Ziembroski, quien realizó durante un tiempo el personaje del Hijo mayor:

La obra se generaba desde el cuerpo, desde el estar, desde lo que provocaba el agua en el baño: una especie de sopor, de tedio. El calor agobiante ayudaba a entrar en un estado. Pasaba lo mismo con el traje de neoprén, con el que nunca me sentí cómodo, pero la obra se trataba de eso, de producir desde esa incomodidad. El trabajo partía de una especie de realismo, y la distorsión era provocada por la historia en sí y por las vinculaciones entre nosotros. Era un grado cero de composición. Durante dos o tres meses de trabajó la incorporación de esa inercia.  El principal ejercicio consistía en contener todo tipo de estado: furia, violencia, tristeza. (en León 2005: 122)