El texto impreso a continuación es un fragmen­to de la performance Some things happen all at once. Este texto es uno de los elementos que cons­tituyen la acción y se escribió para ser dicho.

La pieza combina ideas sobre sostenibilidad, fases de transición del agua, entropía, progreso y comportamiento social; el texto se nutre, directamente, del libro de Philip Ball Critical mass —how one thing leads to another— y del artículo de Buckminster Fuller “Operating manual for spaceship Earth”.

El trabajo se estructura en torno a la construc­ción, colocación y descomposición de un bosque modelo hecho enteramente de hielo. Este modelo consiste en 200 árboles de hielo individuales en el que hay un pueblo con 40 casas y una iglesia también de hielo; el bosque tiene una estructura circular de 3.5 metros de diámetro.

El público entra y se encuentra: el bosque co­locado directamente en el suelo del espacio y está rodeado, parcialmente, e iluminado por lámparas con bombillas de calor de luz infrarroja; el pue­blo iluminado por una pequeña bombilla de 6W suspendida sobre el mismo; una persona que pe­dalea en una bicicleta generando, así, la corrien­te que alimenta la bombilla suspendida sobre el pueblo y, al lado, dos bicicletas vacías. Hay dos termómetros: uno que muestra la temperatura del pueblo de hielo y otro que muestra la temperatu­ra de la sala. Cuando el público se coloca y se ha­bitúa al espacio, la persona que está pedaleando en la bicicleta empieza a decir el texto tranquila y suavemente; su voz está amplificada y llena el espacio de manera uniforme. El calor generado por la presencia humana y la actividad del ciclis­ta acelera la descomposición del hielo; a lo largo de la acción el público puede intentar mantener el bosque de hielo usando las otras bicicletas que hacen funcionar un sistema de enfriamiento im­provisado.

Siempre quise ser astronauta y viajar en una nave espacial. Y en realidad, aunque parezca in­creíble, podría decir que eso es lo que he hecho to­da la vida. Supongo que podemos pensar que to­dos somos astronautas aunque no sintamos que estamos a bordo de una fantástica y auténtica nave espacial, una nave esférica: la Nave Tierra. De esta minúscula esfera hemos visto una peque­ña parte; en cualquier caso, hemos visto más que los seres humanos que vivieron antes del siglo XX: estas personas, en toda su vida, vieron una millonésima parte de la superficie de la Tierra. Nosotros hemos visto mucho más; y, por ejemplo, los pilotos comerciales veteranos han visto alrede­dor de una centésima parte de la superficie terres­tre. Pero incluso esa cantidad no es suficiente para ver y sentir la Tierra como una esfera.

La nave Tierra tiene un diámetro de 12.875 kilómetros, una longitud insignificante en la in­mensidad del universo. La estrella más cercana: el Sol, la abastece de energía y está a una distancia media de 149 millones de kilómetros; la siguiente estrella más cercana, Centauro, está 100 mil veces más lejos. Este es el tipo de distancias en las que volamos. Desde la nave estelar que nos provee de energía, la luz tarda en llegar a la nave Tierra 8’3 minutos. Esta pequeña nave viaja alrededor del Sol a 96.560,4 km/h y a la vez gira sobre sí misma a 161 km. por minuto, es decir a 9.660 km/h. Esto es girar y volar muy rápido.

La nave Tierra es tan extraordinaria que los se­res humanos hemos estado durante 2 millones de años sin saber, ni siquiera imaginar, que estábamos a bordo de una nave espacial. Y está tan bien di­señada que es capaz de regenerar la vida a bordo a pesar de perder energía, como hacen todos los sistemas del universo. La nave Tierra es un sistema igual que lo son un lago de montaña con las lade­ras y valles que lo rodean o el conjunto de plane­tas que orbitan alrededor del sol; lo importante es que somos capaces de definir, con cierto grado de exactitud, los componentes relevantes del sistema y cómo interactúan. La nave Tierra obtiene la ener­gía regenerativa de otra nave espacial: el Sol. Así que volamos en compañía del Sol, tan cerca como para recibir la radiación suficiente que nos mantie­ne vivos y tan lejos como para no quemarnos.

Parte del extraordinario sistema de la nave Tierra, de su equipo, de sus pasajeros y de su sis­tema de base internos es que estamos dotados con capacidades intuitivas e intelectuales que nos han permitido descubrir los genes, el ADN, el ARN y otros principios fundamentales que controlan los sistemas vitales, así como la energía nuclear y las estructuras químicas. Por eso supongo que es pa­radójico, aunque explicable, que infrautilicemos, abusemos, y contaminemos este increíble sistema de intercambio de energía que, hasta el momen­to, ha sido capaz de regenerar con éxito la vida a bordo.

Una de las cosas interesantes de esta nave es que es un vehículo mecánico, como una bicicleta o un coche. Si tienes un coche, por ejemplo, te das cuenta de que tienes que ponerle gasolina, agua en el radiador y cuidarlo en su totalidad. Empiezas a desarrollar, un poco, un sentido del cambio y del deterioro, es decir: un sentido termodinámi­co. Sabes que tendrás que mantener la máquina en buen estado o tendrás problemas y dejará de fun­cionar. En estos 2 millones de años no hemos visto la nave Tierra como una máquina diseñada inte­gralmente que, para funcionar bien, necesita ser entendida y cuidada como un todo. Y en realidad, podríamos leer el destino de la nave Tierra, y de todo el universo, en el comportamiento de un mo­tor. Para hacer funcionar un motor lo que hacemos es generar calor y dejarlo fluir; entonces, parte de este calor se transforma en otro tipo de energía, en movimiento, en energía mecánica, y entonces una bomba gira, un coche se mueve, un avión despega. Pero parte de ese movimiento se vuelve a transfor­mar en calor, calor que se pierde, que se disipa. Lo mismo pasa en la nave Tierra y en el universo: hay una tendencia universal a la disipación, a la pérdi­da de energía mecánica, de movimiento, en forma de calor; esto quiere decir que siempre hay parte de energía que se malgasta como calor. El calor siempre se mueve de algo que está caliente hacia algo que está más frío y la energía ni se crea ni se destruye, solo podemos transformarla. Por eso presumo que las consecuencias inevitables de todo esto es que el universo acabará como una reser­va de calor uniforme y tibia. Supongo que podría pensar que el calor es movimiento y que el movi­miento es cambio. De manera que si todo se vuelve uniforme, si todo se vuelve lo mismo, no hay cam­bio posible y sin posibilidad de cambio nada más puede pasar.

Ahora, hay un hecho extraordinariamente im­portante concerniente a la nave Tierra, y es que no tenemos un manual de instrucciones que nos explique cómo funciona. La falta de este manual nos ha obligado a descubrir cosas como por ejem­plo que hay dos clases de bayas rojas: unas que po­demos comer y nos alimentan y otras que pueden hacernos daño e incluso matarnos. Por eso, hemos tenido que encontrar maneras de saber anticipada­mente qué bayas rojas podemos comer sin peligro de enfermar o morir. Como no tenemos libro de instrucciones, debemos usar nuestro intelecto para interpretar de manera efectiva el significado de lo que hemos encontrado a través de la experiencia; es decir, estamos aprendiendo cómo adelantarnos con seguridad a lo que no conocemos, a las conse­cuencias de un número en aumento de modos al­ternativos de supervivencia y, así, alargar nuestra permanencia en la Tierra.

Todos los recursos y riqueza de la nave Tierra han sido, y son, un factor importante de seguri­dad que nos ha permitido ser ignorantes durante de calor; esto quiere decir que siempre hay parte de energía que se malgasta como calor. El calor siempre se mueve de algo que está caliente hacia algo que está más frío y la energía ni se crea ni se destruye, solo podemos transformarla. Por eso presumo que las consecuencias inevitables de todo esto es que el universo acabará como una reser­va de calor uniforme y tibia. Supongo que podría pensar que el calor es movimiento y que el movi­miento es cambio. De manera que si todo se vuelve uniforme, si todo se vuelve lo mismo, no hay cam­bio posible y sin posibilidad de cambio nada más puede pasar.

Ahora, hay un hecho extraordinariamente im­portante concerniente a la nave Tierra, y es que no tenemos un manual de instrucciones que nos explique cómo funciona. La falta de este manual nos ha obligado a descubrir cosas como por ejem­plo que hay dos clases de bayas rojas: unas que po­demos comer y nos alimentan y otras que pueden hacernos daño e incluso matarnos. Por eso, hemos tenido que encontrar maneras de saber anticipada­mente qué bayas rojas podemos comer sin peligro de enfermar o morir. Como no tenemos libro de instrucciones, debemos usar nuestro intelecto para interpretar de manera efectiva el significado de lo que hemos encontrado a través de la experiencia; es decir, estamos aprendiendo cómo adelantarnos con seguridad a lo que no conocemos, a las conse­cuencias de un número en aumento de modos al­ternativos de supervivencia y, así, alargar nuestra permanencia en la Tierra.

Todos los recursos y riqueza de la nave Tierra han sido, y son, un factor importante de seguri­dad que nos ha permitido ser ignorantes durante que en un momento los elementos se comportan normalmente, como si nada los importunara, y vio, todo cambia y se comporta de manera completamente diferente. Estos cambios conectan dos estados posibles de existencia de la misma cosa, del mismo sistema: los elementos son exactamente los mismos pero organizados de manera diferente. Hay cambios en la sociedad que suceden, exactamente, de este modo. Por ejemplo, como cuando una multitud camina por la calle y estalla una tormenta. De repente, todo el mundo comienza a moverse de otra manera, acortando las distancias que los otros se acerquen en el intento de evitar las zonas húmedas de la calle. En ese preciso momento sientes cómo la multitud, de la que formas se organizan con reglas totalmente diferentes.de repente, en el instante siguiente, sin aviso pre­­­entre los individuos, juntándose más, permitiendo ­parte, y su comportamiento, de golpe funcionan y se organizan con reglas totalmente diferentes.

Las acciones colectivas y sus efectos son inevi­tables; imagino que no importa lo independiente que pienso que soy o lo únicas que pueden parecer mis acciones, entiendo que lo que hacemos son de­talles de una realidad más amplia. La física nos muestra cómo preocupándonos solo de cómo inte­ractuamos con nuestros vecinos más cercanos po­demos adquirir una influencia global y colectiva. Teniendo en cuenta todo esto además de saber que el tiempo solo pasa hacia delante, que hay proce­sos irreversibles y que no podemos crear energía sino solo transformarla, trato de imaginar cuál es nuestra posición de vuelo actual en el universo y su evolución; supongo que la abundancia de recur­sos de la nave Tierra ha sido suficiente como para permitirnos la supervivencia a pesar de nuestro desconocimiento y pienso en cuánto tiempo más podremos sobrevivir satisfactoriamente sin cam­biar nuestro comportamiento. Me gustaría pensar que los seres humanos somos capaces de entender, y no solo de experimentar, los cómos y los porqués de la existencia. Así que suponiendo que el éxito o el fracaso del planeta y de la especie humana de­pendan en algo de cómo soy y de lo que hago, lo que en realidad me pregunto es cómo podría ser y qué podría hacer.

* Rosa Casado es creadora y performer. Vive entre Madrid, La Rioja (España) y Roma (www.palomachueca.com). Este trabajo es su tercera colaboración con Mike Brookes, artista y diseñador del Reino Unido, cuya actividad se centra en la producción de objetos e interven­ciones duracionales y en la creación de context specific performances (www.mikebrookes.com). En esta obra desarrollan ideas que ya aparecen en sus colaboraciones anteriores: Las sin tierra —7 intentos de cruzar el estrecho— y Paradise 2 —el sonido incesante de un árbol caído—. Puede encontrarse más información sobre sus trabajos en www.butitwillturnout­wrong.com.