En esta obra se reduce la presencia de los muñecos a una función ilustrativa, casi a modo de cita, siguiendo de cerca la poética que por entonces había comenzado a desarrollar Veronese para sus trabajos en solitario. Contiene temas muy diversos, aparentemente deshilvanados, que pueblan el mundo de este autor, y su modo expositivo potencia esta estructura de libre asociación entre núcleos temáticos inconexos, algo que ya había utilizado en El líquido táctil u Open house. En el programa de El suicidio se alude a esta estrategia compositiva basada en recursos de documental con el fin de introducir en la obra teatral la realidad en bruto:
Lo Apócrifo será una serie de acontecimientos encadenados. En realidad no habrá obra en el sentido conservador de la palabra. Se desarrollará una trama que tendrá una coloratura de algo no programado, de accidente manejado. No habría necesidad de diagramar el espectáculo. El público frente a un testimonio: la emoción de ver algo verdadero. ¿Pero qué se verá? Se verán espectáculos con impronta de objetos ilimitados e inverificables. Postergar mientras se pueda una definición sobre el tema central que se desarrollará.
El suicidio es un tema recurrente en la obra de Veronese; abundan alusiones al suicidio de animales, como perros en El líquido táctil o caballos en Mujeres soñaron caballos. Al igual que otros temas frecuentes, como la violencia o el dolor, la tendencia a la muerte traza en sus escenarios la huella de un impulso que va más allá de lo que puede ser entendido y controlado a través de la razón. El tema de la muerte de animales y en especial de las vacas en el matadero aparece a lo largo de los distintos diálogos y monólogos que articulan esta obra. Lo primero que llama la atención de ella con respecto a lo que había sido el mundo anterior de El Periférico es la presencia inmediata de los actores, una inmediatez diáfana, que podía estar ya anunciada en la escena inicial de Monteverdi, pero ahora sin ninguna traza oscurantista o gesto hierático que introduzca algún tipo de extrañamiento; se trata de otra atmósfera escénica, bien iluminada al comienzo, cercana y hasta familiar al público, aunque termine derivando (como reza el título de su última recopilación de textos, La deriva) hacia un tono igualmente enrarecido, una atmósfera que se va tensando a medida que transcurre el espectáculo hasta llegar a un punto final en el que ya nada es lo que parecía al inicio; todo se ha transformado, todo se ha hecho más atormentado, monstruoso, culpable. Referencias esparcidas a lo largo de la obra a la geografía Argentina, comenzando por la propia vaca escogida como icono, presentan la obra como una reflexión sobre este país, de una manera especialmente directa y explícita, algo que no cabía en aquellos mundos cerrados y oscuros de los muñecos.
Del programa de mano: «El público debería preguntarse de qué está hecho lo Apócrifo».