Fase I: usos domésticos (1986) se ofrecía como la primera entrega de «un proyecto científico-teatral presentado en 1975 a la NASA por 3 cómicos ambulantes, desamparados, sin trabajo, sin dinero, con la idea de viajar a otros mundos para mostrar el comportamiento del hombre terrestre, cumpliendo así una función antropológica y artística ineludible para conocer el homo sapiens tal y como es en sus aspectos y movimiento.» Los actores, que evolucionaban en escena con movimientos y gestos propios de autómatas, manipulaban objetos simples y vulgares, que servían para la elaboración de secuencias demostrativa salpicadas de efectos cómicos. Arrastrados por una especie de inquietud o bien de una energía externa a ellos, los actores iban acelerando progresivamente la velocidad de la acción, alejándose del supuesto orden científico pretendido al principio, para acabar en una secuencia caótica, previa a la acumulación de todos los objetos en un gran embalaje, que ponía fin con su inmovilidad al ritmo frenético del espectáculo.
La última secuencia de Fase I era muy similar a la del espectáculo inmediatamente anterior, dirigido por Graset para Brau Teatre: Sistema Solar. Enrique Martínez la recuerda así: «Veinte minutos con el Bolero de Ravel con los actores haciendo salvajadas y acciones fisicas de una precisión extraordinaria para transformar un escenario caótico y desordenado en un espacio ordenado. Muebles, cintas, baúles, armarios…. Al final sólo quedaba un armario con un barril encima. Los objetos se convertían en protagonistas de los últimos quince minutos, los actores perdían presencia. Y esa secuencia me provocó una gran excitación. Lo que pretendía La Fura desplazando al público, Esteve lo conseguía en un escenario de ocho por cinco y cuatro focos de luz tenue.»
En ambos espectáculos se repetía el mismo esquema: una especie de «comedia surrealista» que se iba transformando poco a poco en una construcción plástica. Los actores, cuyo lenguaje estaba reducido al mínimo, eran una mezcla de Harpo Marx y autómatas uniformados de pordioseros. Su principal tarea en el espectáculo consistía en la manipulación de objetos, que inesperadamente les iban superando hasta adueñarse completamente de sus actos (y de su persona). Se reproducía así en el espectáculo el proceso que durante su preparación llevaba de la improvisación libre de los actores al montaje final, que cerraba la vía de la espontaneidad. El montaje, sostenía Graset citando a Eisenstein, es «lo que hace que un producto tenga significado» y también que «un monólogo de cuarenta minutos» se reduzca «a un gesto, a lo sumo a un movimiento».
José A. Sánchez,
Universidad de Castilla-La Mancha