Este libro quiere ser una reflexión sobre el espacio de la palabra y la escritura en la cultura actual. El punto de partida es la pregunta sobre los textos que un creador concibe para su propio trabajo en escena, cómo se plantea la escritura dramática desde la necesidad inmediata de la construcción teatral, es decir, desde lo concreto del espacio y el tiempo escénicos, desde lo físico del cuerpo y la voz del actor y el proceso de su comunicación con el público.
Para ello se han reunido textos de cuatro creadores, Esteve Graset, Carlos Marquerie, Sara Molina y Angélica Liddell. Estos autores representan algunas de las voces más personales de la historia teatral de las últimas dos décadas en España. Baste echar un vistazo a los apartados de «Memoria escénica» o «La voz de los autores», a modo de citas y entrevistas de los distintos creadores, que preceden a cada uno de los bloques de textos, para darse cuenta que no se trata aquí ni de jóvenes autores, ni de alguna nueva generación o movimiento teatral, sino simplemente de algunos de los recorridos escénicos más originales, y por ello más representativos, del teatro español de los últimos veinte años. Son poéticas muy distintas unidas únicamente por un deseo común de hacer de la escena un espacio de creatividad poética capaz de responder con coherencia a un tiempo marcado por la complejidad creciente de sus estrategias de representación culturales y políticas.
En la nutrida cartelera de la escena actual son pocos los que consiguen desarrollar un lenguaje que transmita algún tipo de verdad, que responda a esa necesidad expresiva que sólo nace del mundo confuso y oscuro donde habita el misterio de la creación. La afirmación de Eduardo Mendoza acerca del cine de Godard puede servir para calificar el trabajo de estos autores: «Un lenguaje es una cosa impalpable, imprecisa y en definitiva incómoda cuando se pone al servicio de las propias contradicciones y no de las historias ajenas». Los textos que aquí se presentan han formado parte de unas obras en las que por vías diversas se expresan estas contradicciones, reflejo al fin y al cabo de las contradicciones sociales, pero a las que se llega movido por una necesidad de darse uno mismo, desde posturas vitales y creativas profundamente personales, privadas, como gusta decir Sara Molina, y no de reflejar, según nos recuerda Mendoza, historias ajenas. Más allá de gustos personales, este es el único sello de autenticidad que puede tener el arte, el responder a las contradicciones propias, al mundo personal y único de cada artista.