Mis últimos trabajos se mueven entre la voluntad de crear relatos y al mismo tiempo establecer lazos de confianza frente a «la imposibilidad del no vivir»; paradoja inequívoca de la imagen confusa y fragmentada de los tiempos que corren. La serie de trabajos que vengo realizando desde 1993, Implosións Impugnadas, y en la que incluyo esta, pueden ser entendidas como aquellas reacciones físicas que gobiernan lo ingobernable, como fuerzas que lo centrifugan todo a su paso, lo llevan a su centro en un intento para imponer su continuidad organizada, jerarquizada y lógica. De ahí mi resistencia y mi impugnación y la necesidad de compartir esos espacios.En mis proyectos no hay pretensiones de originalidad, no hay delirio de ilusión. Se posicionan en espacios en ruinas donde todavía se puede olvidar y se puede permitir desde una renovada experiencia armonizar distorsionadamente. Y ahí entro yo, y me encargo de mediar entre su discurso y su re- presentación para que los signos se encadenen y se vuelvan transparentes quedando así expuestos co- mo delirio, y eso que parecía ya no sea.
Intentar poner en relación voluntades heterogéneas ante los cambios de nuevos paradigmas de lo real en un territorio presuntamente «olvidado» puede en principio parecer pretencioso. Pero es ahí desde donde se planteó el proyecto.
Al igual que Alain Badiou (cuando se pregunta acerca de un poema de Mallarmé), no se quiso interpretar, sino entrar en su operación:
La regla es simple: comprometerse con el problema, no para saber de qué estamos hablando, sino para reflexionar qué es lo que ocurre. Teniendo en cuenta que el poema es una operación, también es un acontecimiento. El poema tiene lugar.
Y parece que no pero eso duele.
Atrever-se a pensar-nos desde las nuevas estructuras, tecnologías sociales, culturales, etc., no es un exponer-se, hay que abrir espacios para interpelar-nos e impugnar-los. Poner en entredicho ese horizonte colectivo, como nuevo paradigma «salvífico», donde ya no se pone el cuerpo y solo se puede pensar desde el reduccionismo de la resistencia y la diferencia.
La cosa es más complicada y peligrosa.
Por eso esta acción de experiencia personal, irracional e intransferible y, además, desde el arte. No hay objeto, hay funciones que se ponen en sentido en el mismo momento en que se accionan. Personas activando, detonando, pensando, poniendo el cuerpo, de nuevo, la vida.
Este texto es el juego de compartir y extender el estar juntos. Los textos que conforman este entramado de descripciones, teorizaciones y demás restos del naufragio es lo que para algunas personas quedará, para otras será algo que ya se hundió o algo desde lo que mantenerse sin demasiada estabilidad.
Agradecer la implicación de la gente que participó en la acción en Valencia y su organización y ahora a algunos, además, agradecerles sus colaboraciones a este trabajo. He obviado el que aparezcan firmados pero no el citar aquí sus nombres: Sergio Cabrerizo, Fernando Quesada, Miguel Martínez, Paulina Chamorro, Enrique Espinosa, Esther Belvis y Ricardo ColaBoraBora.
A veces la cabeza parece que va por un lado y el resto del cuerpo por otro; como si fueran dos desconocidos, como si desconfiaran el uno del otro. A veces me miro en el espejo y no veo mi cuerpo, o veo el cuerpo pero no puedo pensar. ¿Si mi cuerpo y mi cabeza andan cada uno a la suya, cómo voy a presentarme a los demás? ¿Si ellos no hablan entre sí, cómo voy a comunicarme con los demás? ¿Cómo voy a crear un clima de confianza si los músculos discuten continuamente con los movimientos y las ideas con mi voz? ¿Cómo voy a hablar de algo común, de la comunidad si todo anda disperso y a su interés en mi propia persona? Creo que a pesar de los pesares mi cuerpo está cansado de discutirse y dividirse; a veces tengo la sensación de que se quiere abandonar, rendirse, olvidarse. Entonces implosiona. Se rompe hacia dentro y todo se convierte en un caos, todo circula sin orden aparente. Y en ese deambular descoordinado, los miembros, los órganos, los pensamientos, las palabras, los músculos, los huesos, las intenciones, etc. tienen forzosamente que aliarse para seguir siendo. Y así, en ese cuerpo y cabeza despojados de divisiones y funciones concretas, en ese cuerpo y cabeza que no hacen y que se dejan, empieza a asomar la persona dispuesta a recomponerse a través del diálogo de las partes; empieza a construir su propia comunidad a través de alianzas inesperadas y sensaciones emergentes. Y en ese no hacer y confiar, se puede hacer presente para sí y para los demás. A veces me miro en el espejo y me veo.Fui a Valencia como de «vacaciones», liberado, sin responsabilidades sobre el evento y sin expectativas fijas. Esa es una buena sensación desde la que participar. Estás más abierto a lo que suceda. Pero al final, enseguida me salió mi «yo», un monstruo que llevo dentro y que a la mínima se pone a trabajar. Mi deseo era que pasasen cosas relacionadas con «el cuerpo»,aunque eso me daba (mucho) miedo… me sacaba de mi espacio de confort.Al final resultó que los del cuerpo estaban en lo retórico, en la palabra, en el«no hacer»… Para mí, como pez en el agua, demasiado normal. Incluso la experiencia con los petardos se situaba en lo intelectual o metalingüístico. Me arrepiento de haberla vivido con tapones. Con el tiempo, tampoco tengo muy claro si eso fue algo radical, un gesto radical o un gesto. No sé si nos comportamos de manera suficientemente responsable con el contexto y tampoco sé si en general no es que somos demasiado respetuosos con casi todo. De esos días he rescatado muchas cosas sueltas que me han servido en los meses siguientes. Me pareció que había bastante resistencia, sabotaje y juegos de (des)jerarquías, me gustó conocer a un montón de gente nueva para mí, me acuerdo de Carolina, de Juan, de los monstruos de Silvia, dePepe (me acuerdo de muchas más, pero no nos pongamos completistas). Me pareció que todo terminó un poco en plan coitus interruptus. Tuvimos un momento de pánico cuando nos quedamos encerradas en el apartamento y casi perdemos el avión… Pero el recuerdo general es de como que me faltó algo, algo que desencadenase la posibilidad de ir hacia otro lado… Quizá no faltó algo sino que no me atreví a vivirlo como tal, a buscar-provocar yo mismo esa posibilidad.
Quizá para ir sin expectativas eran demasiadas expectativas. Quizá no fue algo tan diferente de una parte más de la vida misma y está bien que así sea.Mostrar a través de la experiencia la imposibilidad de reducirla a una forma integradora y armonizada constante.Invocar desde el propio proceso la transcendencia del momento, buscandola disolución de las estructuras que imposibilitan la experiencia desde todos sus frentes (positivos y negativos). Impugnando las actuales estructuras dedominación tecnológica, social, económica, cultural y política que en muchos casos ya domina el disenso del imaginario colectivo.Activar espacios donde trabajar proyectos procesuales, donde se pueda experimentar lo «instituyente» como movimiento emancipador respecto a nuestra voluntad de vivir.Compartir un espacio de construcción de imaginario colectivo que no solo nos inscriba como espectadores en un imaginario al margen, sino experimentar con códigos de lectura y representación de la realidad a través del arte, analizando procesos culturales, económicos y políticos que puedan ser inscritos como códigos de significado.Personalmente, varios aspectos me interesaron mucho de ser participante de la pieza Implosión Impugnada 15B durante el Encuentro de Valencia.Antes, muy brevemente me gustaría dar contexto a mi situación dentro de la pieza, ya que me parece que mi posición previa determina mi perspectiva, especialmente en lo que se refiere a mi interpretación de la dinámica de los actuantes de la pieza.Yo acababa de llegar unas horas antes a esa escena expandida que eran las jornadas de trabajo del Encuentro y ciertamente me encontré con grupos ya bastante definidos (lo habitual en artes vivas: críticos-investigadores por un lado, y por el otro actores-performers, lo que viene a ser más o menos la clásica distinción espacial entre público y acción). Detrás, y muy presente en mi adhesión, estaban las preguntas sobre la comunidad, uno de los temas que nos congregaban e inevitablemente cabía pensar en cómo activar los grupos anteriores en uno abarcador, para así desafiar a los grupos ya conformados. Se habló entonces de cómo hacer comunidad, recuerdo que se habló de hacer comunidad desde el juego. Aquí se inserta por tanto la propuesta de Implosión Impugnada, que surgió a la manera de reto hacia los grupos del Encuentro, para medir su consistencia, evaluar su confianza, cohesión, disenso, etc. A mí lo de hacer comunidad desde el juego ciertamente me sonó a los ritos introductorios o ritos de paso a ciertas comunidades secretas o tribus que conocemos por los documentales, los libros de antropología o las novelas históricas, y en alguna medida este fue mi dejarme llevar primero: como el recién llegado que se deja anular en alguna medida por lo grupal o comunitario. Sin embargo, me pareció queImplosión no era tanto un juego sino más bien una celebración popular, quizá más «acontecimiento» que «situación», por usar la terminología de Badiou, y es así que sobrepasaba los límites de aquellos juegos que por tantas reglas casi se convierten en experimentos sociales de corte conductivista. Yo estuve dentro de la práctica, con capacidad de arrojar mis petardos al centro, pero obviamente no solo, ya que igualmente podía elegir tirarlos a mis compañeros; es por esto que me encontraba expuesto en la misma medida en que intencionadamente o incluso sin intención me llegaron los petardos, en estado constante de vulnerabilidad ya que la carga de los petardos era bastante elevada. Aquí me parece que está el interés de este tipo de prácticas populares, en lo imprevisible, en la total exposición y en la reciprocidad necesaria; justamente por la tan fuerte intensidad es que tampoco hay un claro objetivo final sino que este, si es que lo hay más allá de la experiencia conjunta, se inscribe en la pura duración.Por último, para cerrar la pregunta sobre la comunidad que antes anunciaba, me parece que lo interesante es cómo, a diferencia de los ritos de paso más apegados a prácticas de tipo comunitario, en Implosión no se busca el hacer juntos para un común, para el bien-uno común, y así relegar al individuo a esta meta, sino disfrutar con intensidad, donde ese disfrute pasa la más de las veces por una acumulación de individualidad, en tanto que a diferencia de los juegos, aquí el individuo emerge con capacidad de decisión y acción en todos los sentidos, ya que no están marcados «objetivamente» o en forma de reglas los fines de la práctica. Las celebraciones populares, por así llamarlas, a diferencia de los juegos de aprendizaje, confirman un reforzamiento del individuo frente al grupo, al revés que los de aprendizaje de dinámicas comunitarias y de sumisión.La acciónConsiste en encontrar voluntarios que se dispondrían formando círculos concéntricos en un espacio elegido para tal y sentados (dependiendo del número de voluntarios); ataviados de monos de trabajo rojos y lanzando diferentes cargas pirotécnicas que irían prendiendo en el centro del espacio al ritmo que los propios voluntarios hayan decidido y consensuado con anterioridad.A los voluntarios se les explicará sobre el uso del material pirotécnico. En este caso estoy autorizado por el Ministerio del Interior (adjunto licencia) a utilizar e instruir en el uso de este tipo de material que en ningún caso estará fuera de la legalidad. Siendo material de baja carga y de popular comercialización y uso.Estos se colocarán en cajas donde todo estará ya distribuido para su fácil e identificable utilización y seguridad de uso.En cada caso se dibujará la distribución y partitura para cada uno de los lanzadores que utilizarán a modo de guía. Siendo este material abierto para su análisis y conceptualización colectiva.Si en un espacio de asamblea o reunión una de las personas decide, más o menos unilateralmente, realizar en connivencia con los presentes previo acuerdo o contrato sobre una acción en la que todos resultan implicados desde el momento en que acceden a participar, aunque sea como meros testigos, se produce una situación que es, a todos los efectos, un ritual. En dicho ritual se establecen, explícitamente, una serie de acuerdos, de reglas ,dictados por el que preside o conduce el ritual, sacerdote, chamán, político, artista o empresario, tanto da, y aceptados, sea completa o parcialmente, por todos. El ritual separa las partes con el fin de recomponer el organismo inicial tras tener lugar, con el claro objetivo de recomponer tal organismo con un grado de cohesión mayor, o al menos diferente, que el que tenía anteriormente. El ritual es un mecanismo de producción social, un mecanismo instituyente.Como es sabido, el ritual implica una cierta condición de suspensión insular, una apartamiento espacial y temporal, conducente a la reincorporación posterior al espacio–tiempo previo en un nuevo estado transformado, una vez experimentados una serie de acontecimientos que solo pueden tener lugar en esas condiciones determinadas. Así, la persona en estado inmediatamente previo a tomar parte en el ritual es el novicio, parte aislada, suelta y completamente autónoma, y como tal deja de serlo para convertirse en parte integrada una vez superado el rito.Se ha querido ver en el novicio el arquetipo del artista, lo que equivale a decir que el arte sucede en ese preciso instante, un todavía-pero-ya-no, durante el cual es posible la institución de valores, comportamientos y situaciones. Una vez completado el rito el novicio deja de ser artista para ser otro. El artista pasa toda su vida intentando evitar este desplazamiento en una lucha permanente contra el tiempo.DescripciónEsta implosión impugnada se sitúa en un intersticio entre relaciones sociales, estructuradas por las nuevas tecnologías, luchas diarias por la gobernabilidad de la vida, territorios olvidados y espacios institucionales. Para preguntarnos qué hay todavía de común en nuestras vidas, en nuestras potencias colectivas, preguntándonos qué es lo que queremos construir (aún) conjuntamente.Son muchos los que pensamos que estas nuevas estructuras basadas en la efectividad de respuestas multitudinarias (democracia, activismo, representaciones proporcionales, envío masivo de mensajes, etc.) o, en el sentido opuesto, el de resistencia a la efectividad desde el activismo, a través de una experiencia al final se privatizan como seña frente a los otros.Por lo que esta experiencia compartida y entendida como posibilidad no cabe reducirla a un fin. No tiene en sí mismo un objetivo claro, y es desde ahí donde se puede hacer potencia en ese inevitable declive y des-hacer la experiencia privada del ser, diluyéndola en la impotencia de sus miembros y no relanzándola en su fuerza contextual. Por lo que aquello que se nos muestra como una recorporación de lo simbólico, no es más que una réplica más y no la alternativa al modelo imperante.Desde el principio, desde el momento en que Rafa Tormo irrumpe en la conversación y propone que llevemos a cabo la Implosión inmediatamente (a unos 20m de donde estábamos situados), dos actitudes empezaron a flotar entre nosotros: la sospecha y la confianza; a su vez, en relación a otros dos motivos: el miedo y la modificación en la programación (ya que la acción estaba programada para una fecha posterior y abierta al público).Seguramente, habría quien confiaba absolutamente en que la acción no implicaba ningún tipo de peligro: ni para los participantes, ni para los asistentes, ni para el espacio en sí, ni para el transcurso normal de lasJornadas. Del mismo modo, tal vez hubiera, también, quien desconfiara completamente de la idoneidad de realizar la acción en ese momento, ya que podrían no reunirse la condiciones mínimas de seguridad para ejecutarla (la pólvora, la poca experiencia en el manejo de material pirotécnico, las dudas por la solidez del espacio, etc.) o a causa de la modificación unilateral (por nuestra parte, sin consultar con el «público»)de la programación (que a partir de entonces contaría con un hueco en el que no pasaría nada). En todo caso, lo más probable es que en cada uno de nosotros hubiera un grado de confianza y un grado de sospecha, en relación con alguno de los motivos expuestos.La acción fue realizada. Aplaudimos. Nos miramos. Sonreímos. Bajaron los vecinos. Intentamos explicarlo pero no pudimos (lo cierto es que no nos dejaron). Limpiábamos el espacio. Se hizo de noche. Nos fuimos.Por la mañana supimos que nos obligaban a abandonar el espacio (LaCalderería. Fábrica de Alternativas). Por lo visto, el gestor del espacio iba a avisarnos ese mismo día de que la Implosión no podía ser ejecutada allí(sobre todo, a causa del ruido). No lo sabíamos.En el transcurso de los días siguientes, hubo discusiones internas y abiertas sobre lo que había sucedido. No estoy seguro de que la confianza estuviera más presente que el miedo o la sospecha. Pero algo se abrió ahí, entre…. y me cuentan que el ruido de los petardos fue ensordecedor. Y yo no estuve allí.Un acontecimiento es frágil, efímero. Desaparece al mismo tiempo que se ejecuta. Tiene la facultad de crear relaciones entre sujetos donde antes no existían. Configurar un adentro sin afuera que lo envuelve todo y que, paradójicamente, permite experimentar algo cercano a lo completo; algo que comúnmente no percibimos porque la vida se vive a fragmentos, a superposiciones que componemos minuto a minuto, hace cómplices a unos desconocidos que por un tiempo determinado sienten que se reconocen como afines porque comparten algo en común aparentemente intransmisible. No obstante, porque todos los comunes poseen una dimensión porosa es posible pasar a través, habitar y confundirse en lo mismo por un breve espacio de tiempo.La acción en sí misma fue intensa e imprevista. Irrumpió al final de unode los encuentros. No estaba programada. Nadie lo esperaba. Después del ruido atronador se instaló el silencio y comenzó la caída.Quizás no fueron los petardos, fueron sus consecuencias. Agujerearon la realidad, desbordando los límites de la acción performativa. Crearon una subjetividad afectiva palpable en los cuerpos, en las miradas. Una subjetividad que se podía cortar con cuchillo y oler en todos los espacios y tiempos que vinieron después. Con los contornos de la experiencia desdibujados por estas filtraciones no era posible situarse y observar sin involucrarse. No era posible dejar escapar un rumor sin hacerlo propio.Interrogué, escuché, observé y seguí las huellas. Y como testigo de hecho junté los trozos y ligué las fracturas. Yo seguí el aroma y mi embriaguez fue mi caída. Tampoco lo vi venir. Me cogió desprevenida.Lo que vino después, el efecto implosió, resultó ser algo escaso y valioso.Una comunidad efímera sostenida por el reconocimiento de su propiafragilidad en la que, por un brevísimo lapsus de tiempo, nos acompañamos en una caída hacia la nada para nada, después de una explosión que mecuentan y en la que no estuve.[La comunidad de la caída]Yo no estuve. El día anterior llegué con el primer grupo en el primer tren, yel último día me fui en el último. Intenté registrar todo lo que pasaba, utopía loca, en todo momento… algunos días me fui a dormir antes que la última, eso es verdad. Aun así, en eso no estuve. Con la lentitud del hacer en común, del hacer sin hacer, sin decidir, de jugar sin jugársela, con la torpeza del hacer con precaución, del intentar hacer… en mitad de todo eso, uno, inocente, confiado, atontado en medio de la cautela, pensó que si se iba un rato a recoger a la estación de tren a otra persona que llegaba para incorporarse al asunto no se perdería nada… que no podía pasar nada en un momento de una hora y poco… que, además, eso, eso que podía pasar y que esperaba que pasase y que desde hacía unas semanas creía que le capacitaría respecto a los asuntos del fuego y explosivos, de la misma manera que los niños se habilitan unos a otros cuando se pasan «el poder»,no iba a suceder en ese rato de tarde… no, asumió que eso requería de ciertos protocolos más largos y avisados, incluso de ciertos protocolos que asegurarían la presencia completa y unánime de todos… ¿de qué todos? Yo no estuve. Y lo que vino después, sin haber estado, pues solo se podía simular, suponer, ficcionar, empatizar… ¿y qué no se vive así, en simulacro diferido?