Estoy leyendo Matar a Platón, de Chantal Maillard (2007). Esa es una foto del primer poema (p.13). Como veis, me he encontrado ante un accidente de tráfico.

Abajo, después del poema, comienza un texto en prosa.

En la medida en que avanzo en la lectura, me doy cuenta de que este texto que hay abajo plantea un diálogo con el proceso de creación y el aparato conceptual que se va haciendo cada vez más transparente (creo) en los poemas. Este texto en prosa se refiere a un libro en el que una mujer será aplastada por un sonido (p. 21), como ese hombre es aplastado en el accidente de tráfico de los poemas. Según el autor, este libro pretende describir un «acontecimiento», que «al contrario que una idea —dice—, nunca puede ser definido» (pp. 29-32). Precisamente por eso el libro será un libro de poemas; estos serán las variaciones de esa imagen-acontecimiento: una mujer aplastada.

En los poemas situados en el centro de la página, distintas voces, desde múltiples perspectivas, desde distintos ángulos, se enfrentan y nos ofrecen también una serie de variaciones de este accidente de tráfico. ¿Pero son variaciones de un «acontecimiento»? ¿Qué implicaría un «sí» o un «no»?

Voy a ir poco a poco.

Por un lado, en muchos poemas, la voz o las voces que hablan prestan atención a la supresión o a la ausencia de límites que genera el accidente y a cómo este se compone en «conjunciones»: camión y cuerpo, o metal y tejido (como ocurre en el primer poema), mano (niña) y mano (hombre) (p. 21), orina y sangre (p. 21), cuerpo (camionero) y cuerpo (hombre) (p. 31), charco y animal (p. 37), animal (perro) y animal (hombre) (p. 37), hombre y cielo (p. 17) y, finalmente (atención), hombre aplastado, voz que habla (escribe), página y lector (p. 39). Leo en voz alta:

Diría que todos los fragmentos apuntan al último, a esa última confusión en la que estamos ya todos, yo y vosotros también como lectores, en la que se borran los límites entre lo que ha sucedido en la página y lo que estamos viendo o siendo. Quizás apunte a eso la primera definición de «acontecimiento» que se daba en el texto en prosa de abajo, cuando se decía que «al contrario que una idea, nunca puede ser definido». La idea es una construcción mental que implica una distancia con el objeto o la situación concreta a la que se refiere: es decir, no sucedemos en ella. Sin embargo, el acontecimiento, lo que nos sucede (como vemos en estos fragmentos en los que se apunta la ausencia de esa distancia), más que a una definición, parece que nos obliga a que hagamos algo con él. ¿Pero qué?

Sigo leyendo. Porque en otras partes del texto, en otros poemas, tanto la voz o las voces que hablan como el resto de «espectadores» que se han acercado al punto del accidente parece que asisten a una escena que les resulta radicalmente ajena y que no compromete su sensibilidad. Es lo que ocurría en el primer poema, cuando el accidente aparecía asimismo definido como un «drama» que «no interesa» (p. 13). Es decir, sí cabe la posibilidad de establecer una distancia con lo que ha sucedido, digamos, para que no nos suceda a nosotros, para que no suceda algo en nosotros. Entonces, por lo que va sugiriendo el texto, en estos puntos no nos encontraríamos ante un acontecimiento. Vuelvo a leer:   El primer fragmento en prosa está, como decía al principio, inmediatamente después del primer poema, en el que el hombre, en ese instante, es aplastado. ¿Qué distancia separa el «acontecimiento» del «espectáculo», el cuerpo de esa voz (que tuerce la esquina después de haber presenciado el accidente) del cuerpo del otro (aplastado sobre el asfalto)? En el siguiente fragmento (p. 25), nosotros, como lectores (de la trama, del argumento del libro), asistimos también a ese espectáculo. ¿Y qué es lo que nos ocurre? ¿Acaso no guardamos también esa distancia? ¿Acaso nosotros comprometemos nuestra sensibilidad con ese cuerpo aplastado? ¿Con todos los cuerpos que se aplastan en este instante, mientras leemos? Reviso la prensa de hoy, la prensa de ayer, la prensa de mañana, y pienso qué «accidente», qué muertes me afectan menos: qué muertes me causan más indiferencia. Parece que en nuestra actitud frente a estos hechos y a estas muertes se revela una incapacidad para la empatía que parece que se ha naturalizado en las sociedades contemporáneas. No nos resulta tan extraña la reacción de los espectadores de ese accidente de tráfico. En otro artículo de prensa, esta vez en una entrevista, Bifo decía que: la sensibilidad es la capacidad de entender señales que no son verbales, ni verbalizables. Es la facultad de discernir lo indiscernible, aquello que es demasiado sutil para ser digitalizado. Ha sido siempre el factor primario de la empatía: la comprensión entre los seres humanos siempre se da en primer lugar a nivel epidérmico (cit. en Fernández-Savater, 2011). Si estamos de acuerdo con esto, podríamos concluir afirmando que se da una insensibilidad, en nosotros, que nos separa, que establece una distancia, que nos permite «creer —como leo en otro de los poemas— que la piel es un límite»: que «nos ayuda a ser otro» (p. 47). Gracias a esta insensibilidad y a esta distancia esos impactos no hacen que perdamos nuestro (precario) equilibrio. De hecho, en el penúltimo poema, el espectáculo «ya terminó» (p. 65), y estamos preparados para olvidarlo. ¿Acaso no ocurre esto cuando cerramos el periódico o la ventana de la pantalla? Sin embargo, al mismo tiempo, al menos en el libro de Maillard, siempre hay una voz que no deja de interrogarse a sí misma, y a los demás, en torno al malestar que le produce esta falta de empatía y de acción: «¿Pero qué es lo que acontece?», se pregunta la hablante (p. 19). En otro poema leo que los espectadores «complican la historia» (p. 25). Quizá, si sigo la lectura que estoy haciendo, en tanto que asisten a una escena, en tanto que contemplan un espectáculo, debido a esa cierta atrofia en su sensibilidad que no les permite relacionarse con el accidente en tanto que acontecimiento: «Indagan desde dentro / lo que fuera no alcanzan» (p. 25). Aquí, el afuera sería la textura del acontecimiento —el cuerpo aplastado, el charco de sangre— y el dentro sería una subjetividad kitsch, regulada, aprendida social y políticamente, que reconstruye el acontecimiento a partir de una sentimentalidad de segunda mano que neutraliza su potencia (Maillard, 2009). Tal vez no sea tan ingenuo pensar que si en vez de espectar la escena del accidente fuéramos capaces de atender a las personas implicadas en él (cuidar a esa niña o escuchar al conductor del camión; hacer algo con todos esos titulares), podrían producirse distintas situaciones en las que, siquiera de forma efímera, cuajaría un vínculo comunitario. Pero no es esto lo que parece que sucede. Los espectadores de Matar a Platón urden sus «defensas» para que esa situación no les conmueva (p. 26). Yo, nosotros, los lectores, seguimos leyendo junto a nuestra ventana. ¿Acaso me incomoda escribir esto? ¿Acaso te molesta a ti leerlo? ¿Te parece una acusación demasiado fácil? No es mi intención caer en ello. No dudo de que la lectura de este libro que tienes entre las manos puede haber sido pospuesta a causa de tu implicación en asuntos más importantes. Pero seguramente también podamos estar de acuerdo en que muchas veces somos incapaces de sentirnos afectados por acontecimientos que nos están llamando a gritos (no el concepto, sino las personas). Mi intención es que pensemos en ello, si no queremos conformarnos con justificaciones del tipo: «No tenemos tiempo ni fuerzas para todo» (porque, en todo caso, esto es justamente una cuestión política). La pregunta que se me ocurre es: ¿Con las fuerzas que tenemos, cómo hacer para estar abiertos, disponibles, expuestos a lo que ocurre, a los otros? Precisamente, creo que lo que distintos autores han escrito sobre el «acontecimiento » puede servirnos de apoyo para acercarnos a esta pregunta, para comprender la situación que propone Maillard y pensar en otras en las que nos hayamos visto, al menos al principio, implicados (cada uno habrá encontrado sus propios recortes de prensa).

Maillard toma de la Lógica del sentido, de Deleuze, estas dos citas que usa como epígrafes de Matar a Platón (p. 11):

[…]  ¿Entonces, «el acontecimiento» no es solo lo que ocurre sino lo que abre? Joan Carles Mèlich, en El otro de sí mismo. Por una ética desde el cuerpo (2010: 45), escribe:

[…]  Foucault, por su parte, en El orden del discurso (1992: 11) afirma:

[…]

¿Pero entonces qué abre?: ¿Nos abre? ¿La materialidad del acontecimiento es, como en Matar a Platón, la materialidad del cuerpo de los otros? ¿Dominarla es dominar nuestra inclinación hacia esos cuerpos: nuestra inclinación a escucharlos, a atenderlos, a crear un lazo a través de ellos, de esos cuerpos? Precisamente aquí encuentro la relación que aparece en el título de este texto entre el acontecimiento y la comunidad: en el lazo que puede establecerse entre el «yo» que se encuentra ante el acontecimiento, si es afectado por él, y los «otros» que participan o se han visto implicados en el mismo acontecimiento. El acontecimiento, como algo que pasa por el cuerpo, sería la base sobre la que se hace comunidad. Es decir: la base comunitaria ya no sería una relación de pertenencia en torno a una nacionalidad, una clase social, una raza, o cualquier otra identidad, sino un cuerpo afectado. Esta comunidad, creo, dialoga con La comunidad que viene, según Giorgio Agamben (1996), y con La comunidad desobrada, de Jean-Luc Nancy (2001: pp. 17 y 67-68): comunidades que no se basan en identidades previas, sino en la singularidad del individuo, ni en ideas preconcebidas de cómo debe ser  esta comunidad, sino que cristalizan en cada momento de inclinación hacia el otro, en cada momento de ser-en-común. ¿Acaso son «comunidades imposibles»? Leo un último fragmento de Jean-Luc Nancy:  […]

Bibliografía

AGAMBEN, Giorgio (1996), La comunidad que viene, Madrid, Pre-Textos.

DELEUZE, Gilles (2012), Lógica del sentido, http://www.philosophia.cl/biblioteca/ Deleuze/L%F3gica%20del%20sentido.pdf. FERNÁNDEZ-SAVATER, Amador (2011), «Entrevista con Franco Berardi», en Público, (29.01.2011). FOUCAULT, Michel (1999), El orden del discurso, Barcelona, Paidós.

MAILLARD, Chantal (2007), Matar a Platón, Barcelona, Tusquets. — (2009), Contra el arte y otras imposturas, Valencia, Pre-Textos. MÉLICH, Joan-Carles (2010), El otro de sí mismo, Bellaterra, Universidad Autónoma de Barcelona-Textos del cuerpo.

NANCY, Jean-Luc (2001), La comunidad desobrada, Madrid, Arena Libros.