Imágenes recortables

Relato: “Un hombre que pasea y recoge lo que encuentra”

Un hombre que pasea no debería tener que preocuparse de los riesgos que corre o de las reglas de la ciudad. Si se le ocurre una idea divertida, si una tienda curiosa se le ofrece a la vista, es natural que, sin tener que hacer frente a peligros que nuestros antepasados ni siquiera hubieran imaginado, quiera atravesar la calzada. Pues bien, hoy no puede hacerlo, sin tomar mil precauciones, sin interrogar al horizonte, sin pedir consejo a la jefatura de policía, sin mezclarse con un grupo atontado y zarandeado cuyo camino está trazado de antemano por vallas de metal brillante. Si intenta reunir los pensamientos caprichosos que se le ocurren, y que las vistas que la calle le ofrece estimularán aún más, se ve ensordecido por las bocinas, agobiado por los altavoces…, desmoralizado por los fragmentos de charlas, de informaciones políticas y de jazz que se escapan solapadamente por las ventanas. También en otro tiempo, sus hermanos los mirones, que caminaban tranquilamente por las aceras y se iban parando un poco por todas partes, daban a la marea humana una paz y una tranquilidad que ha perdido. Ahora se ha convertido en un torrente que a uno lo envuelve, lo empuja, lo arroja, lo arrastra de un lado a otro.

Edmond Jaloux, “El último flanêur”, Le Temps, 22 de mayo de 1936

Un hombre que pasea no debería tener que preocuparse de los riesgos que corre o de las reglas de la ciudad. Si se le ocurre una idea, si algo curioso se le ofrece a la vista, es natural que, sin tener que hacer frente a peligros que nuestros antepasados ni siquiera hubieran imaginado, quiera atravesar la calzada. Sin embargo, hoy en día, son muchos los impedimentos que restringen el paseo libre por las calles. Uno debe mantenerse atento a no sentarse en una plaza a comer o a beber, donde ha sido prohibido este tipo de práctica, y evitar todo tipo de multas por restricciones recientes para muchos desconocidas. Una plaza que era una plaza se convierte en una colmena de terrazas, en las que el sentarse es un acto limitado para aquellos que lo puedan pagar. Bancos que ya no sirven para sentarse porque tienen dispositivos a modo de pincho que los convierten en objetos decorativos o en vestigios del recuerdo de los poyos de las plazas de los pueblos. Porque sentarse acabará saliendo muy caro y lo harán solo unos pocos. Dormir en la calle dejará de estar permitido y pronto ocurrirá lo mismo que en las apacibles ciudades del centro de Europa, donde “no existen” los vagabundos o los mendigos, porque los hicieron desaparecer.

Se crean espacios de danzas cuadradas, monótonas y repetitivas, como lo es un ring, un quad de movimientos preestablecidos. El Quad de Beckett [Fig. 1] tiene una estructura musical. Es una misteriosa danza cuadrada. Cuatro figuras tapadas se mueven alrededor de los lados de un cuadrado. Cada una tiene su propio itinerario. Se termina por generar un patrón donde las colisiones y fricciones entre unos y otros se evitan. Un lugar donde la gente aparece inerte, parada y perdida, sin movimiento interior que la impulse a ir en una u otra dirección. Una plaza donde uno nunca se podrá cruzar con el otro, tal y como parece que ocurre en la plaza de Giacometti [Fig. 2].

He querido, sin embargo –ante tanta linealidad– recopilar experimentos discontinuos, que funcionan con tropiezos y saltos, que divergen y hacen que cambie el flujo de las cosas. Son libros que he manejado últimamente, películas que he visto y ejercicios de montaje que he estado haciendo. Porque a veces los actos de edición y destrucción conducen a abrir otros caminos. Es aquí donde empiezan las cuatro posibilidades. Recuerde que puede tomar una, dos, tres, todas, o ninguna.

 

1ª posibilidad: Correr a trompicones o correr sin rumbo

Empezaré por una película, La casa Emak Bakia (2012), experimento donde el ritmo –tal y como se indica en el film– es un ritmo del trompicón, con tropiezos, digresiones y ambigüedades; y cito “como el correr de Zatopek o el piano de Ravel, que nunca eran previsibles y avanzaban por sacudidas”.[1] Al pensar en Zatopek [Fig.3], con su forma de correr tan particular, tan exagerada, tan poco conforme a la convención y tan suya, uno no puede evitar imaginar que así también sería él antes de correr: un hombre discontinuo que trabajaba en una fábrica de zapatos, gesticulando, moviéndose de un lado para otro con la cabeza en diversos pensamientos. Esto, el correr, el correr de otra manera, me hizo recordar el relato de Allan Sillitoe “La soledad del corredor de fondo” [Fig. 4], donde el protagonista de la historia empieza a competir en las carreras de fondo, carreras ilimitadas y agotadoras que simbolizan su deseo de huída; un deseo de escapar de una sociedad que lo oprime y condena a vivir en un centro de detención de menores.

 

2ª posibilidad: El corte y la repetición

Amo la boca que va a hablar y se calla aún, el gesto que oscila entre la derecha y la izquierda, la carrerilla antes del salto, el salto antes de la caída, el devenir, la duda…

Jean Epstein, Buenos días, cine, 1921

El corte y la repetición son algo más propio del cine, el parar las imágenes durante un tiempo, el repetir fotogramas para hacer que en ellos se fije la atención del espectador. En teatro, o más comúnmente en la vida social, un volver a empezar, un parar, un repetir, no es algo tan habitual. Pocas veces vemos a alguien que rehaga su camino, que cambie sus rutas de ida y venida al trabajo, que modifique lo más supuestamente banal de su día a día, algo tan simple como la manera en que se coge el teléfono –como lo hacía el protagonista de Blow-up–. Quizás, en la vida diaria, habría que revisar nuestras expectativas, lo que se espera de los otros, reivindicar el corte y la repetición. La repetición, el rebobinar o el pasar hacia delante hace que se descubran muchos detalles de la narración. El cortar, y a partir de ahí inventar, hace que se abran muchas otras posibilidades. También el pensar el corte como algo transicional y lleno de sentido. El “rematar”, el parar de Israel Galván, conlleva por ejemplo la intensidad de la parada repetida. Tal y como nos indica Didi-Huberman, en su libro El bailaor de soledades, Galván cuando se para, no lo hace para parar de bailar. Él baila sin parada, de esta manera baila su parada. Se hace del parar una figura. Es como si esto fuera un instante privilegiado. La parada se vuelve interminable.

3ª posibilidad: Todo o nada. La inacción

Aquel que percibiera la totalidad de la melodía, sería a la vez el más solitario y el más comunitario.

Rainer Maria Rilke, Notas sobre la melodía de las cosas, 1898

Algo y nada, nechto [нечто] y nichto [ничто], son en ruso palabras fonética y morfológicamente muy parecidas. Y no les falta razón. Del todo a la nada hay un paso al igual que ocurre de la nada al todo. En los relatos de Raymond Carver no pasa “nada”: los personajes se sientan o, más bien, están sentados. El discurso prescinde de cualquier transitivación para dejar únicamente espacio a la inacción. No se hace nada porque simplemente no se encuentra el motivo para hacerlo. Porque hablar, preguntar, a veces resulta superfluo respecto a la actuación más directa. También le ocurre algo similar a la pareja de “Los muertos” de Dublineses. Hace tiempo que, aunque hablan, intercambian discursos cotidianos, han dejado de comunicarse. No saben nada el uno del otro, como si uno necesitase saber todo o nada del otro. De nuevo, todo o nada.

 

TODO                                        NADA

 

Joyce en este relato usa la nieve para arrojar una luz sobre los personajes: una nieve que lo ocupa todo, a veces cegadora, que crea reflejo y que, una vez desecha, deja ver lo que esconde. Debajo de la nieve, se encontraron hace décadas a Robert Walser, oculto en un manto invernal que contenía toda su historia. Tal vez aquejado por el mal endémico de las letras modernas, la pulsión negativa o la atracción por la nada de la que habla Vila-Matas, renunció Walser a la escritura y quedó, un día, literalmente paralizado para siempre.

4ª posibilidad: Entre locos anda el juego. Los que no sirven o los que no quieren ser siervos

Uno puede pensar que estaba loco. Robert Walser [Fig. 5], el mismo que decía que se iba a dar un paseo y no volvía en un rato o al cabo de unas horas, sino días o meses después, tras recorrer las montañas suizas, para regresar más tarde al hospital psiquiátrico donde había sido internado. Caminaba porque encontraba algo gratificante en el caminar, en el caminar de una manera en principio ilimitada y sin rumbo. Sus microgramas eran testimonios ilegibles de su solitaria existencia. La gente le perseguía con el fin de enseñarle a vivir. Como si eso fuera algo que se puede enseñar o aprender. Como si vivir cuerdamente, sujeto a lo que nos han dado, fuera la opción más adecuada.

 

 

De todo esto, podemos deducir que TODO se reduce más bien a poco o a NADA; que estar DENTRO o FUERA depende tan solo de una variable de validez preestablecida. Pero, tal vez, no TODO se pueda reducir a cuatro posibilidades y, quizás, se pueda estar a la vez DENTRO y FUERA, o encontrar un equilibrio entre la NADA y el TODO; permanecer en el borde del marco o ni siquiera en él.

Ahora recuerde que, si usted ha tomado una, dos, tres, todas o ninguna de las posibilidades anteriores, puede probar a escenificar sus ideas en nuestro marco. Existen cuatro variables –TODO, NADA, DENTRO y FUERA– que se pueden combinar entre sí de múltiples formas distintas, en el caso de que se considere la repetición de cada una de ellas.

No olvide que las posibilidades son aún mayores si tenemos en cuenta los márgenes o los bordes.

De ahí surge una idea entre otras muchas:

Para terminar: Acerca de la recolección como práctica artística, social y política. En torno a Los espigadores y la espigadora de Agnès Varda.

La película retrata a una serie de colectores que buscan restos de comida, fruslerías y relaciones interpersonales. Varda viaja por los campos y ciudades de Francia filmando a espigadores, traperos y recolectores urbanos cuya vida gira alrededor de lo que supuestamente no sirve. Una de esas personas es Alain, un profesor, que compagina la recogida de alimentos descartados en los mercados con la enseñanza del francés en un centro para inmigrantes. Entre otros personajes que Varda registra, se encuentran varios abogados que estudian legalmente estos procesos de recolección, así como artistas que incorporan materiales reciclados en su trabajo.

He querido acabar hablando de la recolección al pensar en personas para quienes la historia no viene dada, sino que se reconstruye, y en artistas cuyos proyectos artísticos responden a esta idea de reaprovechamiento y montaje. Es el caso de Janez Janša quien, a través de diversas identidades, de distintas reconstrucciones políticas y sociales, inventa una nueva forma de mirar. O, por ejemplo, el artista libanés Rabih Mroué, quien también recolecta imágenes para recuperar, mediante actos de edición, los cuerpos marcados por la guerra, evitando así todo intento de historización que implique ordenar los hechos de una manera determinada y unívoca.

Del mismo modo, los espigadores de Varda [Fig. 6 y 7], al apropiarse de los fragmentos que el sistema de producción abandona, están realizando un acto de subversión en la medida en que quiebran su papel asignado en la cadena de consumo. A su vez, muchas de las imágenes de la película se entretejen para mostrar que Varda, como cineasta, también es una recolectora. A nivel práctico, se trataría de recoger lo que se ha dejado atrás y trabajar desde el problema, el resto, o lo aparentemente improductivo, para así crear otra narrativa posible en la que se coloque ese lugar como punto central de un proyecto de aprendizaje y acción.

 

 

Notas

[1] Oskar Alegría, La casa Emak Bakia, 2012.