Callejero (1987 y 1988) exploró el mundo suburbano que había estimulado también Fase 1, aunque eliminando de forma más radical la dimensión referencial y otorgando un mayor protagonismo escénico a los objetos: grandes cajas de madera con ruedas, unos muñecos construidos con tubos de cartón, cuerdas, papel de estraza y plástico negro. Graset sustituyó lo significante por lo evocativo y propugnó «un happening desarrollado a límites de estructura dramática». El resultado fue un poema físico-musical, construido gracias al movimiento y manipulación de los objetos por parte de los actores y la constante presencia de la música en escena (compuesta e interpretada por Luis Muñoz, con la colaboración de Pepe Manzanares) en que se aludía a la marginalidad, la soledad, la degradación, la lucha por la supervivencia en los límites de la sociedad urbana, la desolación del individuo en su enfrentamiento al mundo material…
En Callejero, el temblor se convirtió en «trémolo», una vibración corporal que los actores producían mediante un movimiento rítmico de los pies, acompañado de un relativo abandono del resto del cuerpo que se contagiaba de ese temblor producido en la base. El «trémolo» podía durar varios minutos y provocaba un estado de tensión tanto en el espectador como en los actores, con un efecto intencionalmente analogable al «mantra». En ocasiones, el «trémolo» se transmitía también a los objetos, cuando los actores manipulaban nerviosamente las sillas, que funcionaban casi como prolongación de su cuerpo.
Resulta inevitable pensar en algunas secuencias de Tadeusz Kantor al recordar el comportamiento de los actores de Arena en relación con la música y los objetos. Sin embargo, aunque Graset siguiera a Kantor en el tratamiento subhumano (que no marionetesco) de los actores, el interés por los objetos pobres y la recurrencia a la música para provocar acciones e incluso estados ficticios de trance, los espectáculos de Arena estaban privados de la memoria que hacía funcionar a los de Cricot 2. Si los actores de Kantor parecían enajenados por su sometimiento a la máquina de la memoria, la alienación de los actores de Graset se debía a su reducción al nivel de la vida de los objetos (lo cual no impedía que alguno de ellos dotara de una singular psicología a su personaje desmemoriado) .
En la segunda versión de Callejero, la incorporación de tres actrices propició una orientación más sensual del trabajo de Arena y la posibilidad de una tímida aproximación a los registros de la danza, por más que la oscuridad no se alejara de los impulsos creativos de Graset. Callejero 2 sirvió de preámbulo para el trabajo más equilibrado de la compañía: Extrarradios (1989).